17 de noviembre de 2010

Los nueve billones de nombres de Dios, de Arthur C. Clarcke

-Esta es una petición un tanto desacostumbrada- dijo el doctor Wagner, con lo que esperaba podría ser un comentario plausible-. Que yo recuerde, es la primera vez que alguien ha pedido una computadora de secuencia automática para un monasterio tibetano. No me gustaría mostrarme inquisitivo, pero me cuesta pensar que en su... ejem... establecimiento haya aplicaciones para semejante máquina. ¿Podría explicarme que intentan hacer con ella?
-Con mucho gusto- contestó el lama, arreglándose la túnica de seda y dejando cuidadosamente a un lado la regla de cálculo que había usado para efectuar la equivalencia entre las monedas-. Su computadora Mark V puede efectuar cualquier operación matemática rutinaria que incluya hasta diez cifras. Sin embargo, para nuestro trabajo estamos interesados en letras, no en números. Cuando hayan sido modificados los circuitos de producción, la maquina imprimirá palabras, no columnas de cifras.
-No acabo de comprender...
-Es un proyecto en el que hemos estado trabajando durante los últimos tres siglos; de hecho, desde que se fundó el lamaísmo. Es algo extraño para su modo de pensar, así que espero que me escuche con mentalidad abierta mientras se lo explico.
-Naturalmente.
-En realidad, es sencillísimo. Hemos estado recopilando una lista que contendrá todos los posibles nombres de Dios.
-¿Qué quiere decir?
-Tenemos motivos para creer- continuó el lama, imperturbable- que todos esos nombres se pueden escribir con no más de nueve letras en un alfabeto que hemos ideado.
-¿Y han estado haciendo esto durante tres siglos?
-Sí; suponíamos que nos costaría alrededor de quince mil años completar el trabajo.?2
-Oh- exclamó el doctor Wagner, con expresión un tanto aturdida-. Ahora comprendo por qué han querido alquilar una de nuestras maquinas. ¿Pero cuál es exactamente la finalidad de este proyecto?
El lama vaciló durante una fracción de segundo y Wagner se preguntó si lo había ofendido. En todo caso, no hubo huella alguna de enojo en la respuesta.
-Llámelo ritual, si quiere, pero es una parte fundamental de nuestras creencias.
Los numerosos nombres del Ser Supremo que existen: Dios, Jehová, Alá, etcétera, sólo son etiquetas hechas por los hombres. Esto encierra un problema filosófico de cierta dificultad, que no me propongo discutir, pero en algún lugar entre todas las posibles combinaciones de letras que se pueden hacer están los que se podrían llamar verdaderos nombres de Dios. Mediante una permutación sistemática de las letras, hemos intentado elaborar una lista con todos esos posibles nombres.
-Comprendo. Han empezado con AAAAAAA... y han continuado hasta ZZZZZZZ...
-Exactamente, aunque nosotros utilizamos un alfabeto especial propio.
Modificando los tipos electromagnéticos de las letras, se arregla todo, y esto es muy fácil de hacer. Un problema bastante más interesante es el de diseñar circuitos para eliminar combinaciones ridículas. Por ejemplo, ninguna letra debe figurar mas de tres veces consecutivas.
-¿Tres? Seguramente quiere usted decir dos.
-Tres es lo correcto. Temo que me ocuparía demasiado tiempo explicar por qué, aun cuando usted entendiera nuestro lenguaje.
-Estoy seguro de ello- dijo Wagner, apresuradanente- Siga.
-Por suerte, será cosa sencilla adaptar su computadora de secuencia automática a ese trabajo, puesto que, una vez ha sido programado adecuadamente, permutará cada letra por turno e imprimirá el resultado. Lo que nos hubiera costado quince mil años se podrá hacer en cien días.
El doctor Wagner apenas oía los débiles ruidos de las calles de Manhattan,
situadas muy por debajo. Estaba en un mundo diferente, un mundo de montañas
naturales, no construidas por el hombre. En las remotas alturas de su lejano país,
aquellos monjes habían trabajado con paciencia, generación tras generación,
llenando sus listas de palabras sin significado. ¿Había algún limite a las locuras de
la humanidad? No obstante, no debía insinuar siquiera sus pensamientos. El
cliente siempre tenia razón...?3
-No hay duda- replicó el doctor- de que podemos modificar el Mark V para que imprima listas de este tipo. Pero el problema de la instalación y el mantenimiento ya me preocupa más. Llegar al Tíbet en los tiempos actuales no va a ser fácil.
-Nosotros nos encargaremos de eso. Los componentes son lo bastante pequeños para poder transportarse en avión. Este es uno de los motivos de haber elegido su máquina. Si usted la puede hacer llegar a la India, nosotros proporcionaremos el transporte desde allí.
-¿Y quieren contratar a dos de nuestros ingenieros?
-Sí, para los tres meses que se supone ha de durar el proyecto.
-No dudo de que nuestra sección de personal les proporcionará las personas idóneas.- El doctor Wagner hizo una anotación en la libreta que tenía sobre la mesa- hay otras dos cuestiones... -Antes de que pudiese terminar la frase, el lama sacó una pequeña hoja de papel.
-Esto es el saldo de mi cuenta del Banco Asiático.
-Gracias. Parece ser... hum... adecuado. La segunda cuestión es tan trivial que vacilo en mencionarla... pero es sorprendente la frecuencia con que lo obvio se pasa por alto. ¿Qué fuente de energía eléctrica tiene ustedes?
-Un generador diesel que proporciona cincuenta kilovatios a ciento diez voltios.
Fue instalado hace unos cinco años y funciona muy bien. Hace la vida en el monasterio mucho más cómoda, pero, desde luego, en realidad fue instalado para proporcionar energía a los altavoces que emiten las plegarias. Desde luego - admitió el doctor Wagner-. Debía haberlo imaginado.
La vista desde el parapeto era vertiginosa, pero con el tiempo uno se acostumbra a todo. Después de tres meses, George Hanley no se impresionaba por los dos mil pies de profundidad del abismo, ni por la visión remota de los campos del valle semejantes a cuadros de un tablero de ajedrez. Estaba apoyado contra las piedras pulidas por el viento y contemplaba con displicencia las distintas montañas, cuyos nombres nunca se había preocupado de averiguar.
Aquello, pensaba George, era la cosa más loca que le había ocurrido jamas. El "Proyecto Shangri-La", como alguien lo había bautizado en los lejanos laboratorios. Desde hacía ya semanas, el Mark V estaba produciendo acres de hojas de papel cubiertas de galimatías.?4 Pacientemente, inexorablemente, la computadora había ido disponiendo letras en todas sus posibles combinaciones, agotando cada clase antes de empezar con la siguiente. Cuando las hojas salían de las maquinas de escribir electromaticas, los monjes las recortaban cuidadosamente y las pegaban a unos libros enormes. Una semana más y, con la ayuda del cielo, habrían terminado. George no sabía qué oscuros cálculos habían convencido a los monjes de que no necesitaban preocuparse por las palabras de diez, veinte o cien letras. Uno de sus habituales quebraderos de cabeza era que se produjese algún cambio de plan y que el gran lama (a quien ellos llamaban Sam Jaffe, aunque no se le parecía en absoluto) anunciase de pronto que el proyecto se extendería aproximadamente hasta el año 2060 de la Era Cristiana. Eran capaces de una cosa así.
George oyó que la pesada puerta de madera se cerraba de golpe con el viento al tiempo que Chuck entraba en el parapeto y se situaba a su lado. Como de costumbre, Chuck iba fumando uno de los cigarros puros que le habían hecho tan popular entre los monjes, que, al parecer, estaban completamente dispuestos a adoptar todos los menores y gran parte de los mayores placeres de la vida. Esto era una cosa a su favor: podían estar locos, pero no eran tontos. Aquellas frecuentes excursiones que realizaban a la aldea de abajo, por ejemplo...
-Escucha, George -dijo Chuck, con urgencia-. He sabido algo que puede significar un disgusto.
-¿Qué sucede? ¿No funciona bien la maquina? -ésta era la peor contingencia que George podía imaginar. Era algo que podría retrasar el regreso, y no había nada más horrible. Tal como se sentía él ahora, la simple visión de un anuncio de televisión le parecería maná caído del cielo. Por lo menos, representaría un vinculo con su tierra.
-No, no es nada de eso. -Chuck se instaló en el parapeto, lo cual era inhabitual en él, porque normalmente le daba miedo el abismo-. Acabo de descubrir cuál es el motivo de todo esto.
-¿Qué quieres decir? Yo pensaba que lo sabíamos.
-Cierto, sabíamos lo que los monjes están intentando hacer. Pero no sabíamos por qué. Es la cosa más loca...
-Eso ya lo tengo muy oído -gruñó George.
-...pero el viejo me acaba de hablar con claridad. Sabes que acude cada tarde para ver cómo van saliendo las hojas. Pues bien, esta vez parecía bastante excitado o, por lo menos, más de lo que suele estarlo normalmente. Cuando le dije que estábamos en el ultimo ciclo me preguntó, en ese acento inglés tan fino que?5 tiene, si yo había pensado alguna vez en lo que intentaban hacer. Yo dije que me gustaría saberlo... y entonces me lo explicó.
-Sigue; voy captando.
-El caso es que ellos creen que cuando hayan hecho la lista de todos los nombres, y admiten que hay unos nueve billones, Dios habrá alcanzado su objetivo. La raza humana habrá acabado aquello para lo cual fue creada y no tendrá sentido alguno continuar. Desde luego, la idea misma es algo así como una blasfemia.
-¿Entonces que esperan que hagamos? ¿Suicidarnos?
-No hay ninguna necesidad de esto. Cuando la lista esté completa, Dios se pone en acción, acaba con todas las cosas y... ¡Listos!
-Oh, ya comprendo. Cuando terminemos nuestro trabajo, tendrá lugar el fin del mundo. Chuck dejo escapar una risita nerviosa.
-Esto es exactamente lo que le dije a Sam. ¿Y sabes que ocurrió? Me miró de un modo muy raro, como si yo hubiese cometido alguna estupidez en la clase, y dijo:
"No se trata de nada tan trivial como eso".
George estuvo pensando durante unos momentos.
-Esto es lo que yo llamo una visión amplia del asunto -dijo después-. ¿Pero qué supones que deberíamos hacer al respecto? No veo que ello signifique la más mínima diferencia para nosotros. Al fin y al cabo, ya sabíamos que estaban locos.
-Sí... pero ¿no te das cuenta de lo que puede pasar? Cuando la lista esté acabada y la traca final no estalle -o no ocurra lo que ellos esperan, sea lo que sea-, nos pueden culpar a nosotros del fracaso. Es nuestra máquina la que han estado usando. Esta situación no me gusta ni pizca.
-Comprendo - dijo George, lentamente-. Has dicho algo de interés. Pero ese tipo de cosas han ocurrido otras veces. Cuando yo era un chiquillo, allá en Louisiana, teníamos un predicador chiflado que una vez dijo que el fin del mundo llegaría el domingo siguiente. Centenares de personas lo creyeron y algunas hasta vendieron sus casas. Sin embargo, cuando nada sucedió, no se pusieron furiosos, como se hubiera podido esperar. Simplemente, decidieron que el predicador había cometido un error en sus cálculos y siguieron creyendo. Me parece que algunos de ellos creen todavía.
-Bueno, pero esto no es Louisiana, por si aún no te habías dado cuenta. Nosotros no somos más que dos y monjes los hay a centenares aquí. Yo les tengo aprecio;?6 y sentiré pena por el viejo Sam cuando vea su gran fracaso. Pero, de todos modos, me gustaría estar en otro sitio.
-Esto lo he estado deseando yo durante semanas. Pero no podemos hacer nada hasta que el contrato haya terminado y lleguen los transportes aéreos para llevarnos lejos. Claro que - dijo Chuck, pensativamente - siempre podríamos probar con un ligero sabotaje.
-Y un cuerno podríamos. Eso empeoraría las cosas.
Lo que yo he querido decir, no. Míralo así. Funcionando las veinticuatro horas del día, tal como lo está haciendo, la máquina terminará su trabajo dentro de cuatro días a partir de hoy. El transporte llegará dentro de una semana. Pues bien, todo lo que necesitamos hacer es encontrar algo que tenga que ser reparado cuando hagamos una revisión; algo que interrumpa el trabajo durante un par de días. Lo arreglaremos, desde luego, pero no demasiado aprisa. Si calculamos bien el tiempo, podremos estar en el aeródromo cuando el último nombre quede impreso en el registro. Para entonces ya no nos podrán coger.
-No me gusta la idea -dijo George-. Sería la primera vez que he abandonado un trabajo. Además, les haría sospechar. No, me quedare y aceptare lo que venga.
-Sigue sin gustarme -dijo, siete días mas tarde, mientras los pequeños pero resistentes burritos de montaña les llevaban hacia abajo por la serpenteante carretera-. Y no pienses que huyo porque tengo miedo. Lo que pasa es que siento pena por esos infelices y no quiero estar junto a ellos cuando se den cuenta de lo tontos que han sido. Me pregunto como se lo va a tomar Sam.
-Es curioso -replicó Chuck-, pero cuando le dije adiós tuve la sensación de que sabía que nos marchábamos de su lado y que no le importaba porque sabía también que la máquina funcionaba bien y que el trabajo quedaría muy pronto acabado. Después de eso... claro que, para él, ya no hay ningún después... George se volvió en la silla y miró hacia atrás, sendero arriba. Era el último sitio desde donde se podía contemplar con claridad el monasterio. La silueta de los achaparrados y angulares edificios se recortaba contra el cielo crepuscular: aquí y allá se veían luces que resplandecían como las portillas del costado de un transatlántico. Luces eléctricas, desde luego, compartiendo el mismo circuito que el Mark V. ¿Cuánto tiempo lo seguirían compartiendo?, se preguntó George. ¿Destrozarían los monjes la computadora, llevados por el furor y la desesperación?
¿O se limitarían a quedarse tranquilos y empezarían de nuevo todos sus cálculos?
Sabía exactamente lo que estaba pasando en lo alto de la montaña en aquel
mismo momento. El gran lama y sus ayudantes estarían sentados, vestidos con?sus túnicas de seda e inspeccionando las hojas de papel mientras los monjes
principiantes las sacaban de las maquinas de escribir y las pegaban a los grandes volúmenes. Nadie diría una palabra. El único ruido sería el incesante golpear de las letras sobre el papel, porque el Mark V era de por sí completamente silencioso mientras efectuaba sus millares de cálculos por segundo. Tres meses así, penso George, eran ya como para subirse por las paredes.
-¡Allí esta! -gritó Chuck, señalando abajo hacia el valle-. ¿Verdad que es hermoso?
Ciertamente, lo era, pensó George. El viejo y abollado DC3 estaba en el final de la pista, como una menuda cruz de plata. Dentro de dos horas los estaría llevando hacia la libertad y la sensatez. Era algo así como saborear un licor de calidad. George dejó que el pensamiento le llenase la mente, mientras el burrito avanzaba pacientemente pendiente abajo.
La rápida noche de las alturas del Himalaya casi se les echaba encima. Afortunadamente, el camino era muy bueno, como la mayoría de los de la región, y ellos iban equipados con linternas. No había el más ligero peligro: sólo cierta incomodidad causada por el intenso frío. El cielo estaba perfectamente despejado e iluminado por las familiares y amistosas estrellas. Por lo menos, pensó George, no habría riesgo de que el piloto no pudiese despegar a causa de las condiciones del tiempo. Esta había sido su ultima preocupación. Se puso a cantar, pero lo dejó al cabo de poco. El vasto escenario de las montañas, brillando por todas partes como fantasmas blancuzcos encapuchados, no animaba a esta expansión. De pronto, George consultó su reloj.
-Estaremos allí dentro de una hora -dijo, volviéndose hacia Chuck. Después, pensando en otra cosa, añadió-: Me pregunto si la computadora habrá terminado su trabajo. Estaba calculado para esta hora.
Chuck no contesto, así que George se volvió completamente hacia él. Pudo ver la cara de Chuck; era un ovalo blanco vuelto hacia el cielo.
-Mira - susurro Chuck; George alzó la vista hacia el espacio.
Siempre hay una ultima vez para todo. Arriba, sin ninguna conmoción, las estrellas se estaban apagando.

18 de agosto de 2010

Poema Gongorino

Dejadme llorar
Luis de Gongora

La más bella niña
De nuestro lugar,
Hoy viuda y sola
Y ayer por casar,
Viendo que sus ojos
A la guerra van,
A su madre dice,
Que escucha su mal:

Dejadme llorar
Orillas del mar.

Pues me distes, madre,
En tan tierna edad
Tan corto el placer,
Tan largo el pesar,
Y me cautivastes
De quien hoy se va
Y lleva las llaves
De mi libertad,

Dejadme llorar
Orillas del mar.

En llorar conviertan
Mis ojos, de hoy más,
El sabroso oficio
Del dulce mirar,
Pues que no se pueden
Mejor ocupar,
Yéndose a la guerra
Quien era mi paz,

Dejadme llorar
Orillas del mar.

No me pongáis freno
Ni queráis culpar,
Que lo uno es justo,
Lo otro por demás.
Si me queréis bien,
No me hagáis mal;
Harto peor fuera
Morir y callar,

Dejadme llorar
Orillas del mar.

Dulce madre mía,
¿Quién no llorará,
Aunque tenga el pecho
Como un pedernal,
Y no dará voces
Viendo marchitar
Los más verdes años
De mi mocedad?

Dejadme llorar
Orillas del mar.

Váyanse las noches,
Pues ido se han
Los ojos que hacían
Los míos velar;
Váyanse, y no vean
Tanta soledad,
Después que en mi lecho
Sobra la mitad.

Dejadme llorar
Orillas del mar.

2 de julio de 2010

Deseos - Salvador Díaz Mirón

DESEOS
Salvador Diaz Mirón

Yo quisiera salvar esa distancia
ese abismo fatal que nos divide,
y embriagarme de amor con la fragancia
mística y pura que tu ser despide.

Yo quisiera ser uno de los lazos
con que decoras tus radiantes sienes;
yo quisiera en el cielo de tus brazos
beber la gloria que en los labios tienes.

Yo quisiera ser agua y que en mis olas,
que en mis olas vinieras a bañarte,
para poder, como lo sueño a solas,
¡a un mismo tiempo por doquier besarte!

Yo quisiera ser lino y en tu lecho,
allá en la sombra, con ardor cubrirte,
temblar con los temblores de tu pecho
¡y morir de placer al comprimirte!

¡Oh, yo quisiera mucho más! ¡Quisiera
llevarte en mí como la nube al fuego,
mas no como la nube en su carrera
para estallar y separarse luego!

Yo quisiera en mí mismo confundirte,
confundirte en mí mismo y entrañarte;
yo quisiera en perfume convertirte,
¡convertirte en perfume y aspirarte!

¡Aspirarte en un soplo como esencia,
y unir a mis latidos tus latidos,
y unir a mi existencia tu existencia,
y unir a mis sentidos tus sentidos!

¡Aspirarte en un soplo del ambiente,
y así verte sobre mi vida en calma,
toda la llama de tu pecho ardiente
y todo el éter del azul de tu alma!

Aspirarte, mujer... De ti llamarme,
y en ciego, y sordo, y mudo constituirme,
y en ciego, y sordo, y mudo consagrarme
al deleite supremo de sentirte
¡y a la dicha suprema de adorarte!

Decálogo sobre la escritura - David Nahum Aguilar

Decálogo sobre escritura

(David Nahum Aguilar)

1. Establece con tu texto la dinámica del amo y del esclavo, donde el uno domina al otro según la naturaleza de la situación.

2. Sé como el ganadero que cría con amor un animal para luego llevarlo al matadero. Es decir: escribe con pasión y revisa con frialdad y desapego.

3. Escribe siempre. Aunque no tengas nada qué decir, pues muchas veces el sentido se construye con la escritura.

4. Escribe desde lo que eres y desde lo que no eres: escribe sobre lo que conoces o imagines, aún sobre aquello que conozcas mediante la escritura.

5. Sé sincero aún a través de la mentira, la ironía y la imaginación.

6. Sé consciente que cada texto tiene su propia metodología, sus propias reglas. Así no te preocuparás por haber hecho algo incorrecto.

7. No utilices los puntos 1 y 6 como excusa para justificar tu negligencia, pereza y errores.

8. Lee con pasión y criterio. Lee en todo momento, aunque no tengas un libro enfrente. Lee como escritor.

9. Escribe para amar, no para que te amen.

10. No desistas hasta lograr la página perfecta. Es decir, el texto íntegro.


Nota del autor: Si tuviera que escoger un único mandamiento escogería el primero.

Cantares - Estanislao del Campo

Cuando yo tomo la pluma
Y saco a luz mi cuaderno,
Hagan de cuenta que agarro
Mi guitarra por el cuello.

Para ver si soy poeta
Fíjate, niña, tan solo
En que lloro cuando canto
Y que canto cuando lloro.

Yo mojo en llanto mi pluma;
¡Sarcasmo de hado funesto
Que siendo mi alma tan blanca
Me ha de servir de tintero!

En tu casa me aborrecen
Sin más que porque te quiero:
Es decir que si te odiara
Me querrían con extremo.

Dicen que soy horroroso:
Por la lisonja, mil gracias:
Mirá tú mi corazón
Y prescinde de mi cara.

La cicatrices del rostro
Poco me importan, o nada;
las que me importan, y mucho,
Son las que tengo en el alma.

Se me figuran que son
Tus lindos ojos, morena,
Dos legunas de azabache
En que la luna rïela.

¿Qué tienen, niña, tus labios,
Que cada vez que los miro
Siento, con sorpresa grande,
Que se me estiran los míos?

Mira: si fuera pastor
Y si tú, pastora fueras,
Me parece que andarían
Mezcladas nuestras ovejas.

Cuando te veo cavilo
En el contraste tremendo
Que hace tu vestido blanco
Con tu corazón tan negro.

Es tu ventana un altar,
Una deidad tu persona,
Mi amor un ardiente culto,
¿Podré contar con La Gloria?

Me enviaste un día una cruz
Y desde entonces me digo: ---
¿Significa esto Fe
O querrá decir Martirio?

Ella vino en un pañuelo
De Cambray de hilo bordado;
¡Ay, Lucila! ¡Cuántas veces
Enjuagué con el mi llanto!

23 de junio de 2010

Ensayo sobre "Bajo tu clara sombra" (poema de Paz), por Gonzalo Valdivia Davila

Octavio Paz (1914-1988) poeta mexicano surrealista, importante por conceptualizar la otredad, el encuentro con el otro amigo, amada, eros, tuvo poemas hormonales como Neruda, pero de mayor hondura poética.

El poema Bajo tu clara sombra (1935) recogido en el libro de Paz, Libertad bajo palabra (1935-1958) es un poema muy elaborado sobre el amor y la significancia de la amante en tanto otro, complemento o mitad del yo poético, surgen elucubraciones sobre la contemplación y posesión de la amada en sintagmas de palabras que forman oxymoron o la característica contraria al sustantivo adjetivado, así este poema tendrá “agua oscura”, “lluvia oscura”, cuando la oscuridad no es propia del aspecto físico del agua, sino una alusión al misterio de la vitalidad de la relación del yo poético con la amante a partir de los elementos naturales.

Paz estuvo muy influenciado por el mandala o proceso hindú de autoconocimiento, también por la sexualidad sagrada del Kamasutra, por la constitución del hombre según los elementos básicos combinatorios: aire, fuego, tierra, éter, presentes en este poema, donde el amor erótico cambia de intensidad o de dirección según el predominio de cada elemento aludido. Paz realiza una exploración del cuerpo de la amante y de su propio cuerpo en este poema cargado de erotismo. Para Paz el amor es posible alcanzando al otro, a la otra mitad, Paz erotiza los mitos orientales, los asume pero marca su distancia, a él solo le interesa el aspecto humano de los mitos, para Paz la otra orilla que hay cruzar es la pareja amorosa, el encuentro con ella completa el proceso de auto conocimiento. El yo no se realiza sin el tu en su poesía.


Tú es la otra: Paz recorre el cuerpo de la amante asignándole la característica de algún elemento natural, en la primera estrofa el yo es aprendiz de lucero, ella posee más fuego, más luminosidad, la sombra es el afán por seguirla, la conciencia de su falta para sentirse completo y realizado. En las estrofas dos, tres y cuatro, la amante será ella, dirigiéndose a un auditorio al que dice “Tengo que hablaros de ella”, siempre ella es fuente de claridad, “puebla de mármoles la noche”, el blanco irrumpe sobre el negro, es la luz que busca el yo poético como conocimiento de la sexualidad por su realización. La otra es vital “se enciende su sangre cada noche”, el fuego representa la energía que busca el yo poético para su disfrute, el eros de este yo esta desbordado y busca aprovechar el desborde de la otra para su gozo. La otra tiene atributos de las mareas en su latir, pues acompasa el ritmo de la relación, esto lo intuimos porque el yo poético es el aprendiz, es el que está asimilando la experiencia de la otra, el que está aprehendiendo a la otra, a su realidad en cada coito y a su evocación en el poema. La otra tiene savia, ramas, frescura, la identificación con las plantas alude a la fertilidad del eros, es un impulso amatorio que se reproduce constantemente, que no cesa y que se sostiene cada vez que se junta la pareja. Paz como poeta hormonal quiere aludir a su propio sexo, enuncia su sexo pero subordinado al manejo de la otra, ella lo hace reaccionar, lo sacude con ímpetu “mi sexo en esa brusca sacudida”, el yo poético tiene necesidad de enunciar y de avisar al lector de su existencia, existe en cuanto goza y se realiza en el eros, se completa con el tú de la otra. El sexo es metonimia del ser del yo enunciador, que afirma su sexualidad, que sienta las bases de su experiencia vital, ella existe y lo hace existir, la evocación tiene conocimiento de causa. Sus otras partes como su boca también están subordinadas a la acción de ella “mira mi boca en esa lluvia oscura”, la oscuridad es el misterio de la necesidad de buscar esa relación, ella llueve sobre él su conocimiento del eros y su vitalidad, luego de avisar su presencia vuelve a la descripción de ella en metáforas con la naturaleza, “mira tus piernas como dos arroyos, mira tu cuerpo como un largo río, son dos islas gemelas tus dos pechos, en la noche tu sexo es una estrella”, el eros de la amada fluye en la voz poética, lo impregna, la posee pero ella también lo posee, la geografía femenina es de ríos, islas, por lo sólido, lo firme, hay una preocupación por la belleza, la firmeza de la forma, para justificar toda la dedicación del yo al tú que es ella. La estrella indica el relieve cósmico del sexo para Paz, en la sombra de la noche el sexo le da claridad, es como si se reafirmara por indicaciones de la vitalidad y vigor de ambos amantes, ellos son en tanto actualizan su eros, están completos en cuanto desbordan su eros.

Trascendencia del eros: Este Paz es un recreador del sexo como valor primordial y positivo en su poesía, el se anuncia en el poema en tanto se siente vital, resistente y aleccionado para la tarea del sexo, la forma de describirlo es evocando y describiendo el encuentro, haciendo presente por momentos, le importa el sexo por los vestigios que deja en su yo, por la materialización de la amante en cada relación satisfactoria de un vehemente yo poético en capacidad de desplegar todos sus esfuerzos para culminar su anhelo erótico en la presencia de la otra amante y amada, de la que habla más que él, pues el está subordinado a la experiencia vital que de la cual su amante es agente imprescindible.

Conclusión: Paz pasa por una etapa erótica de juventud como Neruda, necesita ser un poeta de toda acción humana, revalora el acercamiento al otro en el amor como fuente de conocimiento que brinda la sensación de satisfacción y complementación del yo. Paz quiere salir de la soledad aprehendiendo y poseyendo a la amante en su poesía. El despliegue de fuerza de esta relación es necesaria por la representación y recreación de la importancia de la amante que subordina en su acción al yo poético. El eros tiene un tratamiento mítico por el uso de los elementos combinatorios de la naturaleza que van a resumir la pasión desbordada como fuego y la vitalidad y continuidad de la relación como agua, por la fluidez en que interactúan ambos, yo y otra.

13 de junio de 2010

Centímetro a centímetro, de Rubén Bonifaz Nuño

Centímetro a centímetro

-Piel, cabello, ternura, olor, palabras-
mi amor te va tocando.
Voy descubriendo a diario, convenciéndome
de que estás junto a mí, de que es posible
y cierto; que no eres,
ya, la felicidad imaginada,
sino la dicha permanente,
hallada, concretísima; el abierto
aire total en que me pierdo y gano.

Y después, qué delicia
la de ponerme lejos nuevamente.
Mirarte como antes
y llamarte de "usted", para que sientas
que no es verdad que te haya conseguido;
que sigues siendo tú, la inalcanzada;
que hay muchas cosas tuyas
que no puedo tener.

Qué delicia delgada, incomprensible,
la de verte lejos,
y soportar los golpes de alegría
que de mi corazón ascienden
al acercarse a ti por vez primera;
siempre por primera, a cada instante.
Y al mismo tiempo, así, juego a perderte
y a descubrirte, y sé que te descubro
siempre mejor de como te he perdido.

Es como si dijeras:
"Cuenta hasta diez, y búscame", y a oscuras
yo empezara a buscarte, y torpemente
te preguntara: ¿estás allí?", y salieras
riendo del escondite,
tú misma, sí, en el fondo; pero envuelta
en una luz distinta, en un aroma
nuevo, con un vestido diferente.

9 de mayo de 2010

Cosas, de Gabriela Mistral

Cosas


1

Amo las cosas que nunca tuve
con las otras que ya no tengo.

Yo toco un agua silenciosa,
parada en pastos friolentos,
que sin un viento tiritaba
en el huerto que era mi huerto.

La miro como la miraba;
me da un extraño pensamieto,
y juego, lenta, con esa agua
como con pez o con misterio.

2

Pienso en umbral donde dejé
pasos alegres que ya no llevo,
y en el umbral veo una llaga
llena de musgo y de silencio.

3

Me busco un verso que he perdido,
que a los siete años me dijeron.
Fue una mujer haciendo el pan
y yo su santa boca veo.

4

Viene un aroma roto en ráfagas;
soy muy dichosa si lo siento;
de tan delgado no es aroma,
siendo el olor de los almendros.

Me vuelve niños los sentidos;
le busco un nombre y no lo acierto,
y huelo el aire y los lugares
buscando almendros que no encuentro...

5

Un río suena siempre cerca.
Ha cuarenta años que lo siento.
Es canturía de mi sangre
o bien un ritmo que me dieron.

O el río Elqui de mi infancia
que me repecho y me vadeo.
Nunca lo pierdo; pecho a pecho,
como dos niños, nos tenemos.

6

Cuando sueño la Cordillera,
camino por desfiladeros,
y voy oyéndoles, sin tregua,
un silbo casi juramento.

7

Veo al remate del Pacífico
amoratado mi archipiélago
y de una isla me ha quedado
un olor acre de alción muerto...

8

Un dorso, un dorso grave y dulce,
remata el sueño que yo sueño.
Es el final de mi camino
y me descanso cuando llego.

Es tronco muerto o es mi padre
el vago dorso ceniciento.
Yo no pregunto, no lo turbo.
Me tiendo junto, callo y duermo.

9

Amo una piedra de Oaxaca
o Guatemala, a que me acerco,
roja y fija como mi cara
y cuya grieta da un aliento.

Al dormirme queda desnuda;
no sé por qué yo la volteo.
Y tal vez nunca la he tenido
y es mi sepulcro lo que veo...

11 de febrero de 2010

El torbellino, de Amado Nervo

El torbellino

«Espíritu que naufraga
en medio de un torbellino,
porque manda mi destino
que lo que no quiero haga;

«frente al empuje brutal
de mi terrible pasión,
le pregunto a mi razón
dónde están el bien y el mal;

«quién se equivoca, quién yerra;
la conciencia, que me grita:
¡Resiste!, llena de cuita,
o el titán que me echa en tierra.

«Si no es mío el movimiento
gigante que me ha vencido,
¿por qué, después de caído,
me acosa el remordimiento?

«La peña que fue de cuajo
arrancada y que se abisma,
no se pregunta a sí misma
por qué cayó tan abajo;

«mientras que yo, ¡miserable!,
si combato, soy vencido,
y si caigo, ya caído
aún me encuentro culpable,

«¡y en el fondo de mi mal,
ni el triste consuelo siento
de que mi derrumbamiento
fue necesario y fatal!»

Así, lleno de ansiedad
un hermano me decía,
y yo le oí con piedad,
pensando en la vanidad
de toda filosofía...

y clamé, después de oír
«Oh mi sabio no saber,
mi elocuente no argüir,
mi regalado sufrir,
mi ganancioso perder!»