21 de julio de 2008

Cantata para Octavio Paz, de Oscar Wong

CANTATA PARA OCTAVIO PAZ


In memoriam



El umbral, un balbuceo.

La mordida feroz de la penumbra.

Y el Poeta, ígneo corazón fecundo,

torna a la ceniza, al denso laberinto del origen.


Gotea, cual badajo, la Palabra.

Crepita un rayo seco sobre el llano.


Cual sedienta higuera

Octavio Paz musita

en el telar perverso del vacío.

(Y la mirada, dócil

-musgo lastimado por la espina-

se doblega).

Ahora crece, fugitivo,

en la memoria fértil del verano

como cristal multiplicado que retumba

en el fulgor irrepetible del Poema.


Ciudad de México, abril 19 de 1998.


ÓSCAR WONG

Año nuevo

(por Rubén Darío)


A las doce de la noche, por las puertas de la gloria

y al fulgor de perla y oro de una luz extraterrestre,

sale en hombros de cuatro ángeles, y en su silla gestatoria,

San Silvestre.

Más hermoso que un rey mago, lleva puesta la tiara,

de que son bellos diamantes Sirio, Arturo y Orión;

y el anillo de su diestra hecho cual si fuese para

Salomón.

Sus pies cubren los joyeles de la Osa adamantina,

y su capa raras piedras de una ilustre Visapur;

y colgada sobre el pecho resplandece la divina

Cruz del Sur.

Va el pontífice hacia Oriente; ¿va a encontrar el áureo barco

donde al brillo de la aurora viene en triunfo el rey Enero?

Ya la aljaba de Diciembre se fue toda por el arco

del Arquero.

A la orilla del abismo misterioso de lo Eterno

el inmenso Sagitario no se cansa de flechar;

le sustenta el frío Polo, lo corona el blanco invierno

y le cubre los riñones el vellón azul del mar.

Cada flecha que dispara, cada flecha es una hora;

doce aljabas cada año para él trae el rey Enero;

en la sombra se destaca la figura vencedora

del Arquero.

Al redor de la figura del gigante se oye el vuelo

misterioso y fugitivo de las almas que se van,

y el ruido con que pasa por la bóveda del cielo

con sus alas membranosas el murciélago Satán.

San Silvestre, bajo el palio de un zodíaco de virtudes,

del celeste Vaticano se detiene en los umbrales

mientras himnos y motetes canta un coro de laúdes

inmortales.

Reza el santo y pontifica y al mirar que viene el barco

donde en triunfo llega Enero,

ante Dios bendice al mundo y su brazo abarca el arco

y el Arquero.

poemas varios de Eugenio Montejo

LA POESÍA


La poesía cruza la tierra sola,

apoya su voz en el dolor del mundo

y nada pide

ni siquiera palabras.


Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;

tiene la llave de la puerta.

Al entrar siempre se detiene a mirarnos.

Después abre su mano y nos entrega

una flor o un guijarro, algo secreto,

pero tan intenso que el corazón palpita

demasiado veloz. Y despertamos.




De su libro Terredad, "Provisorio epitafio":


No me despido en una piedra

ilegible a la sombra del musgo,

--voy a nacer en otra parte.


Es provisorio mi epitafio,

quedan líneas en blanco

que alguien podrá llenar más tarde;

son cifras de otra vida, no de muerte,

son una partida futura

de nacimiento


Ignoro adónde voy,

de qué planeta seré huésped,

a partir de cuál forma de materia

--carbón, sílex, titanio--

me explicaré después por aerolitos,

hablaré desde el agua.


No digo adiós en una piedra,

provisoriamente la dejo desnuda.

Lo que nadie imagina es lo más práctico





DURA MENOS UN HOMBRE QUE UNA VELA...

Dura menos un hombre que una vela

pero la tierra prefiere su lumbre

para seguir el paso de los astros.

Dura menos que un árbol,

que una piedra,

se anochece ante el viento más leve,

con un soplo se apaga.

Dura menos un pájaro,

que un pez fuera del agua,

casi no tiene tiempo de nacer,

da unas vueltas al sol y se borra

entre las sombras de las horas

hasta que sus huesos en el polvo

se mezclan con el viento,

y sin embargo, cuando parte

siempre deja la tierra más clara.

6 de julio de 2008

Unidad en ella, de Vicente Alexaindre

UNIDAD EN ELLA

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, 
rostro amado donde contemplo el mundo, 
donde graciosos pájaros se copian fugitivos, 
volando a la región donde nada se olvida.

Tu forma externa, diamante o rubí duro, 
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra, 
cráter que me convoca con su música íntima, con esa 
indescifrable llamada de tus dientes.

Muero porque me arrojo, porque quiero morir, 
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera 
no es mío, sino el caliente aliento 
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.

Deja, deja que mire, teñido del amor, 
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida, 
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas 
donde muero y renuncio a vivir para siempre.

Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo, 
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente 
que regando encerrada bellos miembros extremos 
siente así los hermosos límites de la vida.

Este beso en tus labios como una lenta espina, 
como un mar que voló hecho un espejo, 
como el brillo de un ala, 
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo, 
un crepitar de la luz vengadora, 
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza, 
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.