5 de junio de 2008

Diez mandamientos de NIetzsche

Diez mandamientos para aquél que desee escribir con estilo

 Friedritch Nietzsche


 Lo que importa más es la vida: el estilo debe vivir.


 El estilo debe ser apropiado a tu persona, en función de una persona

 determinada a la que quieres comunicar tu pensamiento.


 Antes de tomar la pluma, hay que saber exactamente cómo se expresaría de

 viva voz lo que se tiene que decir. Escribir debe ser sólo una imitación.


 El escritor está lejos de poseer todos los medios del orador. Debe, pues,

 inspirarse en una forma de discurso muy expresiva. Su reflejo escrito parecerá

 de todos modos mucho más apagado que su modelo.


 La riqueza de la vida se traduce por la riqueza de los gestos. Hay que

 aprender a considerar todo como un gesto: la longitud y la cesura de las

 frases, la puntuación, las respiraciones; También la elección de las palabras,

 y la sucesión de los argumentos.


 Cuidado con el período. Sólo tienen derecho a él aquellos que tienen la

 respiración muy larga hablando. Para la mayor parte, el período es tan sólo

 una afectación.


 El estilo debe mostrar que uno cree en sus pensamientos, no sólo que los

 piensa, sino que los siente.


 Cuanto más abstracta es la verdad que se quiere enseñar, más importante es

 hacer converger hacia ella todos los sentidos del lector.


 El tacto del buen prosista en la elección de sus medios consiste en

 aproximarse a la poesía hasta rozarla, pero sin franquear jamás el límite que

 la separa.


 No es sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es

 muy sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle el cuidado de formular él

 mismo la última palabra de nuestra sabiduría.

2 de junio de 2008

Borges y Rulfo


Rulfo: Maestro, soy yo, Rulfo. Que bueno que ya llegó. Usted sabe como lo estimamos y lo admiramos.

Borges: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver a un país1, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos 'maestro', dígame Jorge Luis.

Rulfo: Que amable. Usted dígame entonces Juan.

Borges: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.

Rulfo: No, eso sí que no. Juan, cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.

Borges: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha estado últimamente?

Rulfo: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.

Borges: Entonces no le ha ido tan mal.

Rulfo: ¿Cómo así?

Borges: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales.

Rulfo: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.

Borges: Le voy a confesar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.

Rulfo: Así ya me puedo morir en serio. 


(1) Borges ya estaba ciego.