20 de mayo de 2008

Entrevista a Victor Olguin

De Milenio

Saludos.

 

A cuento con los preguntones

 

   


Por Israel Morales 


El autor que nació en San Luis y radica en la ciudad desde hace años nos platica de su experiencia de escribirle a los niños, y cómo es que le llegaron los premios.


A Víctor Olguín lo traemos a cuento por adentrarse en la infancia y dotar a los pequeños de historias, algunas de ellas recibieron el premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada 2006 de Campeche, lo que le valdría la publicación de Cuentos contenidos (Editorial Patria Cultural), aunque ya antes había hecho un libro editado de manera independiente: Si las arañas te picaran, ya con esa inquietud de fijar su trabajo en los pequeños.


En noviembre del 2006 también le llegó otro premio: el tercer lugar de Cuento Breve CRIPIL Nuevo León. “Invitados especiales” fue el título de ese cuento de 200 palabras, también con cierta ironía y juego, aunque más de niño grande.


Y ahora está involucrado en proyectos diversos, aunque siempre con la intención de seguir cultivando obras para niños, porque sabe, siempre dan frutos. Víctor Olguín se apodera de la mirada infantil y da pinceladas de los pequeñines.


Los niños son los niños, no hay vuelta de hoja ni secretos, y para captar sus niveles de asombro hay que ser niño en toda la extensión de la palabra, y además escucharlos, responder a sus preguntas, ya que no hay nada como un niño inquieto y sobre todo dispuesto a hojear los libros.


¿Cómo te sientes de haber tenido en poco tiempo dos premios importantes, uno de ellos dentro de la literatura infantil?


En un primer momento hay desconcierto. Llegas a pensar que todo lo que escribas va a ganar algo, que tienes que rescatar lo que escribiste antes porque es genial y que por fin el mundo se dio cuenta de que eres don Chinguetas. Ese momento es peligroso, algunos se quedan ahí y ya no bajan. En mi caso pesó más la conciencia que tengo de que apenas estoy empezando. Sé que me falta mucho por leer y por aprender. Mi escritura tiene que madurar en todos los sentidos.


El punto en común que tienen ambos premios es el humor, ¿cómo le das su sitio tanto en el cuento con el que ganaste el tercer lugar como en la obra que te mereció el Premio Juan de la Cabada?


El elemento lúdico es fundamental, sobre todo en la literatura infantil. No confío en algo que no me divierte al escribirlo (y luego al leerlo). He dicho que escribo por diversión y es que mi propia situación ha sido cómica. Me sobé el lomo trabajando muchos años, primero como empleado y luego empeñado en levantar un negocio en medio de las crisis y los fobaproa y todo ese circo que nunca termina. Hasta que, cansado, dije: “Voy a escribir; llevo quince años queriendo hacerlo y esperando a estabilizarme”. Así me acerqué a los talleres de la Casa de la Cultura y empecé. Mis primeros cuentos eran por cierto muy serios, casi moralizantes y los personajes eran rígidos, ceremoniosos. Poco a poco me he venido relajando no sólo en lo que escribo, sino yo mismo como persona. Mi vida cada vez es menos seria. Es como rejuvenecer a medida que envejeces. Por lo demás, es divertido escribir por gusto, como un acto de rebeldía social (y el negocio va bien).


¿De dónde viene el título de Cuentos contenidos?


El nombre de Cuentos contenidos es otra situación cómica. En las bases del concurso nacional no decía que el trabajo debía tener un título englobador. Lo que yo hice fue enlistar los cuentos en la portada con el encabezado “Cuentos contenidos”, igual que pude haber puesto “Índice”. Al darse a conocer los premios nacionales alguien asumió que ése era el título de la obra. Así se quedó y ése es el título del libro porque fue como se asentó en las actas. He pasado horas tratando de idear una fundamentación filosófica, profunda, para justificar ese nombre que a nadie se le hubiera ocurrido.


¿Y cómo se fue concibiendo hasta llegar a este volumen premiado?


Se trata de seis cuentos que nacieron en un taller organizado por el CRIPIL e impartido por Ana Luisa Anza a principios del 2006. Yo iba a lo mío, buscando el pretexto para escribir una colección de cuentos; y el pretexto fue cada ejercicio que Ana Luisa nos puso. El tallereo ahí me ayudó mucho, y se complementó con el del Taller del Barrio Antiguo, donde me reúno desde que éste se inició en el 2002. Fue un trabajo arduo y muy divertido, someter cada cuento a las críticas, discernir los comentarios, aplicarlos y ver crecer cada texto. Esa es una de las habilidades que reconozco en mí: saber recibir las críticas, elegir las que enriquecen el texto y traducirlas, integrarlas a la historia.


¿De dónde captas ese universo infantil, de dónde te viene para plasmar esa riqueza y perspicacias de los pequeños?


De la observación constante. He tenido el privilegio de convivir con niños durante los últimos veinte años de mi vida. Mis hermanas, principalmente, han sido excelentes proveedoras. Es un impulso espontáneo e inconsciente de convertirme en niño cada vez que tengo un niño enfrente. Me resulta completamente natural captar su mundo, entrar en él. Me fascina la simpleza con que ven la realidad, lo directo de su lenguaje y la genialidad de sus preguntas. Ahora lo veo incluso como una terapia (paidoterapia): convertirse en niño ante la menor oportunidad. El problema es que en el rol actual de vida, impuesto por el esquema posmoderno, los niños son cada vez menos niños, cada vez juegan menos, hacen poco deporte, su contacto con la naturaleza y con las actividades manuales se han reducido a lo mínimo; son cada vez menos activos, cuando la actividad, la energía, es algo connatural al ser niño. El típico niño actual se divierte en el sofá, come mucha basura y físicamente es torpe. Por eso es importante el papel de la lectura y el arte, sin dar por perdido el aspecto físico. Ahí tenemos una tarea interesante que reclama nuestra habilidad seductora, el elemento lúdico del que hablo.


Tus personajes: Filio, Molcas, entre otros, ¿cómo están delineados?


Filio que quiere decir hijo, entonces cualquier niño, cualquier hijo, viene de mi primer libro Si las arañas te picaran, que publiqué de manera independiente en el 2005. Ahí nace y es el personaje más constante en los cuentos que he escrito hasta ahora, luego está su hermana Ifigenia y por ahí se va perfilando Molcas, el hermanito que está por nacer. Filio significa hijo, es cualquier niño, cualquier hijo. No tiene un carácter personal, más bien encarna todas esas cualidades del niño: la frescura, la inocencia, la espontaneidad, la pregunta inesperada, la ocurrencia absurda, pero lógica.


¿Y de dónde te nació hacer un libro de manera independiente, como el que mencionas de Si las arañas te picaran?


En el 2005 me di cuenta de que ya tenía suficientes cuentos como para publicar un libro bajo el tema infantil. Puse a mis sobrinos a hacer las ilustraciones. Juan Manuel Carreño hizo el boceto; un amigo me ayudó con el diseño. Una ONG con la que colaboro consiguió la impresión con un tiraje de 450 ejemplares. Así fue como publiqué Si las arañas te picaran, mi primer libro. Las presentaciones fueron en la Biblioteca Central, con Dolores Hernández y Graciela España; en la Capilla Alfonsina, con Lety Damm, Zacarías Jiménez y Juan Manuel Carreño; y en El Blanqueo, con Margarito Cuéllar, Romualdo Gallegos y Guillermo Berrones.


Hay una dicotomía en tu obra infantil: la realidad de la anécdota viva y la ciencia ficción como las de “El gigantón glotón” o “El Libro mágico”. ¿Por qué esas dos temáticas en tu obra?


Yo no le llamaría dicotomía. Lo es para nuestro criterio de adultos; para el niño ambas temáticas aluden a su mundo. La ciencia ficción está vigente, basta echar un vistazo a las caricaturas de la televisión, o a superproducciones como El Hombre Araña. Bueno… en este caso, quizá sí marco una dicotomía al escribir, por ejemplo, Si las arañas te picaran, donde se plantea una situación real, la de un niño que, deseoso de ser el Hombre Araña, anda buscando que le pique una araña. Visto así, sí busco marcar una dicotomía, al escribir historias que desde la realidad cuestionen los falsos valores propuestos por algunos cuentos clásicos de ficción. Actualmente estoy reescribiendo la historia de Cenicienta, bajo esta perspectiva.


¿Y qué encontrará el lector en tus cuentos?


Lo que el lector encontrará en Cuentos contenidos son tres historias de ficción, con gigantes, duendes y monstruos; y tres historias donde los personajes (Filio e Ifigenia) viven situaciones de la vida cotidiana. Sin embargo, detrás de cada cuento, incluidos los de fantasía, hay siempre una referencia a la realidad. Así, El gigantón glotón trata de los peligros que acechan a los niños en la actualidad; La Luna de María plantea la relación de dos hermanos que viven “de la greña” y a la vez quieren llevarse bien; y El libro mágico revela los mundos fantásticos a los que se puede viajar a través de la lectura.


Con el El libro mágico se puede hablar incluso de uno de los derechos de los niños, que es el derecho a la lectura, el cual cumples tanto en tu obra literaria como en la vida diaria, con tus sobrinos, que como has mencionado, son personajes de tus libros y que, cuando se dieron cuenta, acudieron a la lectura no sólo de tus cuentos, sino de otros libros. ¿Cómo sientes esta parte importante del mundo infantil, el de la lectura?


Es fundamental que lo niños tengan la oportunidad de entusiasmarse por la lectura. El libro mágico trata de hacer eso, pero también plantea el derecho a no leer. Lo que yo he notado es que los niños heredan de sus padres o figuras de autoridad la modalidad de ese derecho. Si los padres leen, los niños lo aprenden como algo natural; pero si los padres no leen, es dificilísimo que los niños se vuelvan lectores, aunque se dan afortunadas excepciones. Las investigaciones dicen que la escuela no les ayuda mucho, porque los niños aprenden a leer mecánicamente, sin comprender. Eso a cualquiera lo fastidia inmediatamente. Entonces hay que promover también el hábito de la lectura en los padres, siquiera como un hábito funcional, por su repercusión en los niños.


Los personajes de tus libros son además preguntones, pero como todo pequeño a quien las dudas se resuelven o quedan en veremos, como se da en el mundo de los infantes, ¿qué me dices de esta línea narrativa?


El niño es preguntón por naturaleza, eso todos lo sabemos. La capacidad de asombro se traduce en preguntas. El cuestionamiento constante (las preguntas más que las respuestas) hace madurar nuestra conciencia. Los maestros y los padres de familia se encargan generalmente de quitarnos lo preguntón (y los medios de comunicación, al adormecernos). Esa es una pérdida terrible, pero es el diseño de la sociedad: un niño que pregunta, fastidia; un ciudadano que cuestiona, es una amenaza para el orden impuesto. La actitud de preguntar, de indagar y cuestionar, me parece esencial en un individuo libre, dueño de un criterio propio, por eso es un ingrediente constante en las historias que escribo.


¿Qué sigue para Víctor?


Parte de ese gusto por hacer lo que me gusta, es que trabajo a la vez en proyectos de distinto género. Estoy terminando un guión de cine en el que llevo ya dos años. Lo tallereo en un grupo que coordina Víctor Saca, con quien colaboré ya en un cortometraje y hay planes de participar en una producción de largo, en funciones de fotografía. Desde hace dos años tengo pendiente concluir una novela que inicié en un taller impartido por Élmer Mendoza y que desarrollé en el Taller del Bario Antiguo. Pero el compromiso con la literatura infantil es constante. Además de varios cuentos, hay en proceso una novela corta que representa una experiencia nueva, emocionante.


* Para qué sirve la tangente


A Lesly


─ ¡Papi! ¡Una omiga!


─ ¿Dónde?


 ─ ¡Míala! Allí va caminano.


 ─ Ah, de veras. Vente para acá.


─ ¿A óne va l’omiga papi?


─ Pues… ha de ir a su casa.


─ ¿A chu casha? ¿Óne vive?


─ Allá, en un agujero.


─ ¿Po qué vive a un agujello?


─ Porque las hormigas viven en un agujerito.


 ─ A velo, vamosh ¿Óne tá l’agujellito?


─ Allá en el jardín.


─ ¿En e jallín? ¿Y qué lleva callando?


─ Lleva una semilla.


 ─ ¿Y po qué no she cae chemilla?


─ Porque la hormiga es muy fuerte y la agarra bien.


─ ¿Po qué?


─ Ven, mejor vamos a ver las caricaturas.


─ ¿Y no cansha omiga?


 ─ No, no se cansa. Ya empezaron las caricaturas.


─ ¿Po qué lleva chemilla, papi?


─ Porque les lleva de comer a sus hormiguitas.


─ ¿Po qué?


─ Porque las hormiguitas comen semillas.


─ ¿Óne tán omiguitash?


─ Allá en su casa. En el agujerito.


─ ¿Allá no hay chemillash?


─ Sí, pero éstas les gustan más a las hormiguitas.


─ ¿Omiguitash tán bebitash?


─ Sí.


─ ¿Son lash hijitash?


─ Sí, las hormiguitas son sus hijitas.


─ ¿Y e papá?


─ El papá… está trabajando.


─ ¿Óne tabaca?


─ En un árbol.


─ ¿En un ábol? ¿Po qué?


─ Porque las hormigas son muy trabajadoras y se suben a los árboles.


─ ¿Cómo tabaca en ábol?


─ Cortando hojas.


─ ¿Ojash? ¿Y cómo cota ojash?


─ Con los dientes.


─ ¿Y po qué cota?


─ ¡Mira, el carro de las nieves! ¿Quieres una?


─ Shí. Quello de chocollate.


─ ¡Uuuff!


*Cuento de Víctor Olguín incluido en su primer libro Si las arañas te picaran.

Por sobre tu hombro, de Mourelle

Por sobre tu hombro



Encontrás. Una idea. O una palabra. Y se te va armando. En la cabeza.

El poema que siempre quisiste. Y decís: ahora sí. Y te sentás.

Entonces. A escribir. O no te sentás. Pero escribís. Primero en la

cabeza. Lugar donde todo se acomoda. Y das en la tecla. Contás con la

memoria. Manera del contar. La tuya. Una de las tuyas. No con los

dedos. Con la memoria. En la cabeza. Acomodando. Hasta que al final

escribís. Esta vez de verdad. Te lo decís varias veces. De verdad.

Escribís. Para que no queden dudas. Esta vez. Pero no hay coincidencia.

A pesar de todo. No la hay. Tanto esfuerzo. Tanto afilar la memoria.

Acomodar la idea. Y no hay coincidencia. Las palabras rechazan el

juego. La danza. No te quieren. Dicen que no sabés cómo llevarlas

adonde les corresponde. Y ahí están. Fuera de la memoria. Duras como

cascotes. Y las leés en voz alta. Viejo truco. Pero no alcanza. No les

alcanza. Tampoco a vos. Te das cuenta. Tu voz en el aire acomoda

también. Como la cabeza. Necesitás otra voz. Una que no tenga piedad.

Una que te quiera tanto que no necesite de la piedad para darte su

amor. La mesa te observa sin hablar. Y el poema no huele. No despega

del papel. De la madera. De la tinta. Está ahí. Chato. Ni siquiera te

mira. Tropieza sin moverse. Atado al anzuelo de aquella idea. Porque la

idea no alcanza. Una idea se muere. Las ideas se mezclan con el aire. Y

el poema sufre. Palabras que sobran. Palabras que no están. La palabra

justa mueve a risa. Pero no importa. Falta lo peor. Las palabras se

resisten a vos. El poema no se mueve. Ni siquiera respira. No te

respira. Y te devuelve una mueca. La tuya. Como una estrella incrustada

en la arena del cielo.


D.R.Mourelle

19 de mayo de 2008

hippie con corbata

si ser hippie es ser rebelde
no veo porqué he de sacarme
la camisa ni los converse 
en vez de mis zapatos

acá en Monterrey
funcionas de corbata

los hippies también andan de corbata