26 de febrero de 2009

Una obra de arte...

Una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento: no hay ningún otro. Por eso, muy estimado señor, no he sabido darle otro consejo que éste: adentrarse en sí mismo y explorar las profundidades de donde mana su vida. En su venero hallará la respuesta cuando se pregunte si debe crear. Acéptela tal como suene. Sin tratar de buscarle varias y sutiles interpretaciones. Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta. Entonces cargue con este su destino; llévelo con su peso y su grandeza, sin preguntar nunca por el premio que pueda venir de fuera. Pues el hombre creador debe ser un mundo aparte, independiente, y hallarlo todo dentro de sí y en la naturaleza, a la que va unido.
Pero tal vez, aun después de haberse sumergido en sí mismo y en su soledad, tenga usted que renunciar a ser poeta. (Basta, como ya queda dicho, sentir que se podría seguir viviendo sin escribir, para no permitirse el intentarlo siquiera.) Mas, aun así, este recogimiento que yo le pido no habrá sido inútil : en todo caso, su vida encontrará de ahí en adelante caminos propios. Que éstos sean buenos, ricos, amplios, es lo que yo le deseo más de cuanto puedan expresar mis palabras.
¿Qué más he de decirle? Me parece que ya todo queda debidamente recalcado. Al fin y al cabo, yo sólo he querido aconsejarle que se desenvuelva y se forme al impulso de su propio desarrollo. Al cual, por cierto, no podría causarle perturbación más violenta que la que sufriría si usted se empeñase en mirar hacia fuera, esperando que del exterior llegue la respuesta a unas preguntas que sólo su más íntimo sentir, en la más callada de sus horas, acierte quizás a contestar.

13 de febrero de 2009

Son hijos de esta era, de Víctor Olguin

Son hijos de esta era

 Víctor Olguín

 

Los hijos de la tiznada, los hijos del máiz, los hijos de la mañana, los hijos de su mal dormir, los hijos de su pelona, los hijos de la rejinjurria; incluidos los hijos de María Morales, los de la guayaba y la tostada, se ignoran hermanastros, hijos bastardos del miedo.

 

Nacieron inocentes, mas la gracia les quedó grande. Caínes y Abeles temblaron al ver el destino en sus manos; quisieron volver al seno materno y se aferraron a lo primero. Fue así como hallaron cobijo en un útero gigante, mecánico y deforme. Allí se zambullenLos hijos del miedo; duermen creyéndose despiertos mientras chupan y consumen ávidos un alimento insulso, dañino. De pronto los invade la ansiedad, mas el seno los reacomoda entre sus pliegues prodigándoles un cosquilleo seductor. Pretenden rehuir su condición volcados en el afán de ser chingones. Su máximo deseo: llegar al centro del hervidero, exhibir su impudicia y hacerse aplaudir. Tales son Los hijos del miedo.

 

Sin despertar ni menguar su chupeteo Los hijos del miedo, y sus propios hijos, se abrazan, muerden, rasguñan y patean. Se regodean en el calorcito circundante. No advierten que son el gordo del caldo, que los ha engullido y digiere sin prisa la gran puta que los parió.