CONTUNDENCIA DE LA PIEDRA
Entre el ojo y la luz crepita la bruma,
la humedad, violenta, se contrae.
El clamor del mundo se revuelve ante la umbría,
la vacuidad, desconsolada, retrocede.
Más densa que la piedra
la mediatarde se rebela, resuena en la colina.
Y el polvo, cual terco amanecer,
reclama los espacios.
El musgo artero recubre la mirada,
chisporrotea el vacío.
Como una Luna estéril la niebla se sonroja,
el crepúsculo desciende cual lluvia taciturna
y la ceniza llena el tacto iridiscente.
(La sombra, melancólica, enmudece tras la fronda.)
Zumba la perfecta mansedumbre de la estrella
: precipitado espacio.
Ahora invoco al trueno humedecido,
palpo la sacra contundencia de la piedra,
la vastedad brumosa del océano.
Ante mis ojos el mundo prevalece.
RUBOR PETRIFICADO
Ante la hierba la mirada se complace
: respira el mundo cual anciana vigorosa
(el instante reverbera).
Aunque mi corazón evoca el origen inmutable
de la piedra,
el eco vehemente de la sangre,
la avidez, artera, derramándose.
Perdurable espiga
esa muchacha ondula radiante
ante mis ojos.
Por la frágil limpidez de sus pupilas
voraz
la eternidad asoma.
Bajo el verano prevalece el furioso cabalgar de la lujuria,
el rubor petrificado.
La Luna Nueva me ofrenda su alborozo,
sobre las rocas la espuma se congrega.
Urdimbre.
Mortecino movimiento.
Ante el sordo bramido del abismo la turbación
se postra.
Ruge la negrura, devasta el firmamento.
Titubean las tinieblas.
Turbulento manantial
: infinitud,
la pétrea condición del horizonte
que renace.
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