20 de mayo de 2008

Por sobre tu hombro, de Mourelle

Por sobre tu hombro



Encontrás. Una idea. O una palabra. Y se te va armando. En la cabeza.

El poema que siempre quisiste. Y decís: ahora sí. Y te sentás.

Entonces. A escribir. O no te sentás. Pero escribís. Primero en la

cabeza. Lugar donde todo se acomoda. Y das en la tecla. Contás con la

memoria. Manera del contar. La tuya. Una de las tuyas. No con los

dedos. Con la memoria. En la cabeza. Acomodando. Hasta que al final

escribís. Esta vez de verdad. Te lo decís varias veces. De verdad.

Escribís. Para que no queden dudas. Esta vez. Pero no hay coincidencia.

A pesar de todo. No la hay. Tanto esfuerzo. Tanto afilar la memoria.

Acomodar la idea. Y no hay coincidencia. Las palabras rechazan el

juego. La danza. No te quieren. Dicen que no sabés cómo llevarlas

adonde les corresponde. Y ahí están. Fuera de la memoria. Duras como

cascotes. Y las leés en voz alta. Viejo truco. Pero no alcanza. No les

alcanza. Tampoco a vos. Te das cuenta. Tu voz en el aire acomoda

también. Como la cabeza. Necesitás otra voz. Una que no tenga piedad.

Una que te quiera tanto que no necesite de la piedad para darte su

amor. La mesa te observa sin hablar. Y el poema no huele. No despega

del papel. De la madera. De la tinta. Está ahí. Chato. Ni siquiera te

mira. Tropieza sin moverse. Atado al anzuelo de aquella idea. Porque la

idea no alcanza. Una idea se muere. Las ideas se mezclan con el aire. Y

el poema sufre. Palabras que sobran. Palabras que no están. La palabra

justa mueve a risa. Pero no importa. Falta lo peor. Las palabras se

resisten a vos. El poema no se mueve. Ni siquiera respira. No te

respira. Y te devuelve una mueca. La tuya. Como una estrella incrustada

en la arena del cielo.


D.R.Mourelle

No hay comentarios: