27 de marzo de 2009
Ciudad de México
22 de marzo de 2009
Esencia del pensamiento latinoamericano, de Carlo Palmese
Resumir o sintetizar el pensamiento latinoamericano es una hermosa tarea digna no sólo de especialistas, sino de toda persona interesada en conocer a profundidad sus raíces. Consciente de la magnitud de este análisis, lo dejaré para iniciativas futuras.
En esta ocasión, me referiré a lo que algunos pensadores han llamado su esencia, y específicamente me referiré a la exposición del maestro de generaciones Leopoldo Zea, en uno de sus libros más importantes “El pensamiento latinoamericano” y especialmente al tema “El latino americano y su conciencia histórica”.
Zea, basado en el sistema dialéctico de comprender la historia como una evolución de Friederich Hegel y en los análisis posteriores de José Ortega y Gasset en su libro “La historia como sistema”, comprende que el latinoamericano se encuentra estancado en su historia.
En este sistema de comprensión de la realidad, la historia es un proceso evolutivo en el que las contradicciones entre los actores en el modo de entender los eventos sociales o los intereses grupales, los llevan a planteamientos más evolucionados, entrando así en un proceso de tesis y antítesis interminable.
Los latinoamericanos a diferencia del resto de los países occidentales (con pocas excepciones, entre las que están España y Rusia) no han entrado de lleno en este proceso.
Mientras que los otros, al pasar por diferentes etapas: Feudalismo, monarquía, republicanismo y democracia (sustentadas en el Renacimiento, liberalismo, positivismo, utilitarismo, humanismo, etc.) han vivido plenamente cada una de ellas y posteriormente la han asimilado, haciéndola parte de sí mismos, viviéndola en su totalidad, de manera que no se desee seguir siendo lo mismo o volver a serlo y nazca de manera natural el deseo o la necesidad de cambiar por algo mejor. Esto es en el decir de Hegel “haciéndola parte integral de su conciencia”.
El latinoamericano al rechazar su propia historia, al repudiar lo que se ha sido, al no aceptar su calidad de indígena, esclavo, mestizo, colonizado y colonizador y pretender ser lo que no es, copiando la manera de ser de otros, tratando de olvidar su pasado y rechazando su esencia, tratando de construir un futuro sin pasado, ha estado anclado en la historia sin entrar en el proceso que le permita evolucionar: Nosotros todavía no aceptamos lo que somos, convivimos sin asimilar, con pensamientos medievales de linaje y aristocracia racial, no mental como la aristocracia platónica.
Aún en nuestro subconsciente colectivo vive el esclavo, somos al mismo tiempo liberales, aunque no estemos dispuestos a aceptar las responsabilidades que esa libertad conlleva, aún vivimos con reminiscencias de las hordas primitivas, buscando, no un líder, sino un caudillo.
Hemos pretendido al mismo tiempo ser republicanos y aún no comprendemos como sociedad lo que eso significa; aún llevamos al aventurero improvisador del íbero en nuestras venas, al ser heroico fugaz dispuesto a grandes hazañas que muestren su grandeza, sin la constancia, el compromiso y el tesón del que nos habla el sociólogo brasileño Sergio Buarque de Holanda en su libro “Raizes do Brasil”.
Según estos pensadores y otros más, el latinoamericano en su conjunto no tiene conciencia histórica, porque sólo la ha memorizado de los libros de historia, no la ha vivido en un proceso natural de aprendizaje que posibilite su síntesis (valoración según Benjamín Bloom, negación según Hegel).
Por supuesto que en Latinoamérica siempre ha existido una elite intelectual de formidables hombres y en nuestra historia contamos con magníficos próceres: Bolívar, Martí, Morazán y tantos otros, pero nuestra colectividad los ve como seres extraños, inalcanzables y distantes. Todavía nos siguen pesando en el subconsciente las teorías de Darwin, la idea de la superioridad racial es para nosotros una pesada cruz y no nos sentimos capaces de igualar o superar el accionar de estos hombres.
Para mejorar el entendimiento de la dialéctica como herramienta de comprensión de la realidad social, creo conveniente que recordemos los diferentes actores sociales y su influencia en el desarrollo, mantenimiento o retroceso social, clasificándolos para el caso por el espíritu de sus ideas:
El conservador cumple la función de proteger los logros alcanzados o el grado de desarrollo actual, defendiéndolo, tanto de los cambios bruscos, los que se presentan de dudosos o inconvenientes resultados, como de la pérdida de lo logrado por medio del regreso a estructuras anteriores.
El revolucionario cumple la función de promover cambios que estima mejorarán la sociedad alcanzando mayores niveles de justicia, bienestar, libertad, etc. Se subdivide en el revolucionario romántico y en el estoico. El primero suele ser guiado por la emoción y puede caer fácilmente en el fanatismo alejándose de la realidad; el segundo tiene mayor influencia de la experiencia y suele promover cambios graduales y experimentales, teniendo mayor posibilidad de alcanzar sus objetivos.
El retrógrado, bastante incomprendido en los últimos siglos, tiene la seguridad de que en el pasado existían estructuras sociales superiores y que para mejorar debemos regresar a ellas. Su pensamiento se fundamenta, consciente o inconscientemente en la experiencia de que las sociedades no siempre han evolucionado, sino que muchas veces han retrocedido, como en el caso de la civilización griega, la caída del imperio romano, la llegada del oscurantismo, etc. Se opone al positivismo que establece que la humanidad ha avanzado en su desarrollo.
En el pensamiento latinoamericano estos actores carecen de suficiente fuerza para movernos, ya que como sucede de manera análoga en las leyes de la física, en las que todo cuerpo necesita una base para impulsarse; en la historia, que es movida por la fuerza de las ideas, se necesita conciencia plena de donde estamos y lo que somos.
Todos estos tipos de pensamientos son influenciados por la filosofía utilitarista y por la ausencia de valores éticos. En estos casos el individuo o las fuerzas sociales pretenden el mejoramiento propio y no de la colectividad.
Es importante también hacer notar que los grupos y los individuos no pueden ubicarse estrictamente en alguna de estas clasificaciones, ya que grupos e individuos son combinaciones de cada una, estereotipar sería caer en error por simplicidad.
La dialéctica, como una simple herramienta, puede usarse para diferentes objetivos como el de promover desarrollo o puede convertirse y se ha convertido en algunos casos en instrumento ideológico. Es de gran utilidad cuando la aplicamos a períodos o sociedades específicas. El enfoque que los pensadores mencionados al inicio de este ensayo le han dado, ha sido el de instrumento de análisis de la realidad aplicada al pensamiento latinoamericano y tiene como objetivo la comprensión del problema como elemento básico para la búsqueda de soluciones.
La emancipación mental, ese proyecto de Andrés Bello, Domingo Sarmiento, Victoriano Lastarria y Francisco Bilbao entre otros, tendríamos que plantearla aceptando como nueva raza lo que somos, sin complejos, sin sentirnos superiores o inferiores al mosaico de culturas que la conformamos o cualquier sociedad del mundo, aceptando lo que somos como posibilidad de lo que podemos ser, entendiendo nuestras diferencias como fortalezas intrínsecas de lo que se es, sintiéndonos orgullosos de lo que somos, no de lo bien que imitamos a otros que consideramos superiores.
Escarbemos en nosotros mismos, en nuestra historia como indígenas, como esclavos, como iberoamericanos, buscando en el fondo de nuestro ser nuestros valores, fortalezas y nuestra identidad y partiendo de esa conciencia planeemos nuestro futuro.
13 de marzo de 2009
El Asclep
12 de marzo de 2009
El tiempo verbal
(Guillermo Samperio)
2 de marzo de 2009
¿Eres buen pedo?
Juan Villoro
27 Feb. 09
Hemos usado tanto la amabilidad que ya nos la gastamos. La cortesía se fue de nuestras calles para refugiarse en las películas mexicanas de los años 40.
Escribo estas líneas desde la Ciudad de México, conocido bastión del catastrofismo. Sé que en provincia se conservan hábitos ajenos a la prisa y la neurosis, pero también ahí he advertido el deterioro: la gentileza atraviesa una crisis nacional.
¿Qué tan grave es esto? Es obvio que un patán puede ser feliz. La cordialidad no garantiza el bienestar ni pertenece a los recursos más importantes de un país. Sin embargo, la forma en que nos saludamos describe la realidad que compartimos.
Cuando yo era niño, un caballero era una persona de urbanidad dramática, capaz de dirigirse a su vecina en estos términos: "¡A sus pies, señora!".
Un inútil sentido de la discreción impedía hacer preguntas directas. Como el estado habitual de la infancia es la confusión, nos hubiera encantado decir "¿qué?" a cada rato. Pero eso era grosero. Había que decir "¿mande?", como peones de hacienda.
En ese mundo, aún había hijos que le hablan a sus padres de usted y todos teníamos dos oficios, el de elección y el de atender a los demás. Resultaba tosco presentarse como "Venustiano Carranza"; había que decir: "Venustiano Carranza, servidor".La barroca cortesía nacional provocaba enredos como el de "la casa de usted". Aunque nadie deseaba abrir la puerta para rendir sus pantuflas, la convención obligaba a regalar nuestra vivienda a los desconocidos. Este sentido inmobiliario de la cordialidad llevaba a equívocos como el siguiente:
-En la casa de usted hay un perro muy feo.
-Más respeto, joven, mi poodle tiene pedigrí.
-Me refiero a mi casa, o sea, la de usted.
-¿Se refiere a mi poodle?
-No: al perro mío en la casa de usted.
-¿Quiere que su perro viva en mi casa? ¿No dijo que es muy feo?
-Mi casa es su casa, pero su perro es su perro.
-Hombre, ¡pero qué amable!
El exceso de amabilidad entorpecía los diálogos.
Los mexicanos de entonces eran tan amables que se ofendían por cualquier cosa. Sólo un profesional de las costumbres salía bien librado.
De ese exceso pasamos al opuesto. Hoy en día las fórmulas serviles sólo perduraran en el trato mercantil de los meseros: "¿más coñac, mi jefe?", "¿cangrejo de Alaska, mi señor?", "¿le traigo hielos importados, patrón?".
Poco a poco, la deseable espontaneidad ganó espacio en el idioma sin que dejáramos de ser uno de los países donde la gente se saluda más veces al día. En otros lados no se considera un desdoro seguir de largo sin devolver el saludo. En México, la ofensa sirve de atenuante en caso de asesinato.
Aunque abandonamos la cultura de los arrojadizos caballeros a los pies de las damas, mantuvimos una esmerada cortesía que no dejaba de sorprender a los extranjeros. Hace unos 20 años, el editor catalán Jorge Herralde me pidió que le descifrara la carta de un autor mexicano. Herralde le había ofrecido traducir un libro y el autor contestaba con una prosa tan alambicada que no se sabía si aceptaba o no. Leí la carta. Para un mexicano, resultaba obvio que rechazaba la oferta, y que era muy amable.
¿Qué pasa con el lenguaje común en el México del crimen? Hemos llegado a una inversión simbólica en la que se considera sospechoso, e incluso "agresivo", pedir algo de modo elaborado. Usar muchas palabras, o muy selectas, ofende como un abuso de superioridad lingüística. Involuntariamente, el amable "discrimina" al rijoso que teme rebajarse si muestra otra disposición que el rechazo.
Como nada funciona y nadie desea hacerse responsable, el trato entre desconocidos se basa en la suspicacia. Si un cliente se atreve, no digamos a quejarse, sino a pedir otra bolsa, el empleado contesta en forma defensiva: "La hubiera pedido antes". El acercamiento sólo se produce si antes se marca una distancia. Atender a otra persona equivale a tener contacto con el enemigo: hay que evitar, a toda costa, que se aparte de lo estricto. No puede usar el teléfono, ni el baño, ni apoyarse en el mostrador.
Mientras más elegante es el sitio donde haces una reservación, más duras son sus admoniciones preventivas: "Tiene diez minutos de tolerancia". ¡Cuidado con incumplir la promesa de llegar ahí!
El Ejército Mexicano contribuye al clima con el letrero que ha colocado en sus retenes: "Precaución, Reacción, Desconfianza"
En las sociedades funcionales, la confianza es un valor que puede perderse; en México es un bien esquivo. En vez de suponer que el otro actuará bien, suponemos que desea perjudicarnos. Si no lo hace, se gana nuestra confianza.
Hay momentos de tensión en que dos personas se ven sin decir nada. Están esperando que la otra se debilite al ser amable.
"Que le vaya bonito", me dijo el otro día el dependiente de una tienda. Me sentí en una película de "El Indio" Fernández. La posibilidad de recibir un mensaje de ese tipo es tan rara que me produjo una nostalgia ulterior, por una época que no viví.
La clave operativa del lenguaje en curso es el recelo. No es casual que las nuevas expresiones de afecto sean ultrajes reciclados. No puedo reproducir aquí todos los elogios que le escuché a una angelical estudiante de 16 años. Me limitó a uno: "Ese güey es buen pedo". Después de analizar el léxico de la época, no advertí rango más alto que ser "buen pedo". Como los rufianes de otros tiempos, los piropos se fueron sin despedirse.
Ciertas personas viven en estado de alerta: "¿Te fijaste la cara que puso?". Aunque les digan algo normal, ellas descubren las cejas de la mala onda. No se necesita ser tan susceptible para percibir adónde hemos llegado. Sólo quedan fórmulas huecas. El empleado de la gasolinera dice en señal de deferencia: "La bomba está en ceros". Sí, pero los litros están incompletos.