Apuntes deJa ir
Recipiente para ideas sueltas...
17 de noviembre de 2010
Los nueve billones de nombres de Dios, de Arthur C. Clarcke
-Con mucho gusto- contestó el lama, arreglándose la túnica de seda y dejando cuidadosamente a un lado la regla de cálculo que había usado para efectuar la equivalencia entre las monedas-. Su computadora Mark V puede efectuar cualquier operación matemática rutinaria que incluya hasta diez cifras. Sin embargo, para nuestro trabajo estamos interesados en letras, no en números. Cuando hayan sido modificados los circuitos de producción, la maquina imprimirá palabras, no columnas de cifras.
-No acabo de comprender...
-Es un proyecto en el que hemos estado trabajando durante los últimos tres siglos; de hecho, desde que se fundó el lamaísmo. Es algo extraño para su modo de pensar, así que espero que me escuche con mentalidad abierta mientras se lo explico.
-Naturalmente.
-En realidad, es sencillísimo. Hemos estado recopilando una lista que contendrá todos los posibles nombres de Dios.
-¿Qué quiere decir?
-Tenemos motivos para creer- continuó el lama, imperturbable- que todos esos nombres se pueden escribir con no más de nueve letras en un alfabeto que hemos ideado.
-¿Y han estado haciendo esto durante tres siglos?
-Sí; suponíamos que nos costaría alrededor de quince mil años completar el trabajo.?2
-Oh- exclamó el doctor Wagner, con expresión un tanto aturdida-. Ahora comprendo por qué han querido alquilar una de nuestras maquinas. ¿Pero cuál es exactamente la finalidad de este proyecto?
El lama vaciló durante una fracción de segundo y Wagner se preguntó si lo había ofendido. En todo caso, no hubo huella alguna de enojo en la respuesta.
-Llámelo ritual, si quiere, pero es una parte fundamental de nuestras creencias.
Los numerosos nombres del Ser Supremo que existen: Dios, Jehová, Alá, etcétera, sólo son etiquetas hechas por los hombres. Esto encierra un problema filosófico de cierta dificultad, que no me propongo discutir, pero en algún lugar entre todas las posibles combinaciones de letras que se pueden hacer están los que se podrían llamar verdaderos nombres de Dios. Mediante una permutación sistemática de las letras, hemos intentado elaborar una lista con todos esos posibles nombres.
-Comprendo. Han empezado con AAAAAAA... y han continuado hasta ZZZZZZZ...
-Exactamente, aunque nosotros utilizamos un alfabeto especial propio.
Modificando los tipos electromagnéticos de las letras, se arregla todo, y esto es muy fácil de hacer. Un problema bastante más interesante es el de diseñar circuitos para eliminar combinaciones ridículas. Por ejemplo, ninguna letra debe figurar mas de tres veces consecutivas.
-¿Tres? Seguramente quiere usted decir dos.
-Tres es lo correcto. Temo que me ocuparía demasiado tiempo explicar por qué, aun cuando usted entendiera nuestro lenguaje.
-Estoy seguro de ello- dijo Wagner, apresuradanente- Siga.
-Por suerte, será cosa sencilla adaptar su computadora de secuencia automática a ese trabajo, puesto que, una vez ha sido programado adecuadamente, permutará cada letra por turno e imprimirá el resultado. Lo que nos hubiera costado quince mil años se podrá hacer en cien días.
El doctor Wagner apenas oía los débiles ruidos de las calles de Manhattan,
situadas muy por debajo. Estaba en un mundo diferente, un mundo de montañas
naturales, no construidas por el hombre. En las remotas alturas de su lejano país,
aquellos monjes habían trabajado con paciencia, generación tras generación,
llenando sus listas de palabras sin significado. ¿Había algún limite a las locuras de
la humanidad? No obstante, no debía insinuar siquiera sus pensamientos. El
cliente siempre tenia razón...?3
-No hay duda- replicó el doctor- de que podemos modificar el Mark V para que imprima listas de este tipo. Pero el problema de la instalación y el mantenimiento ya me preocupa más. Llegar al Tíbet en los tiempos actuales no va a ser fácil.
-Nosotros nos encargaremos de eso. Los componentes son lo bastante pequeños para poder transportarse en avión. Este es uno de los motivos de haber elegido su máquina. Si usted la puede hacer llegar a la India, nosotros proporcionaremos el transporte desde allí.
-¿Y quieren contratar a dos de nuestros ingenieros?
-Sí, para los tres meses que se supone ha de durar el proyecto.
-No dudo de que nuestra sección de personal les proporcionará las personas idóneas.- El doctor Wagner hizo una anotación en la libreta que tenía sobre la mesa- hay otras dos cuestiones... -Antes de que pudiese terminar la frase, el lama sacó una pequeña hoja de papel.
-Esto es el saldo de mi cuenta del Banco Asiático.
-Gracias. Parece ser... hum... adecuado. La segunda cuestión es tan trivial que vacilo en mencionarla... pero es sorprendente la frecuencia con que lo obvio se pasa por alto. ¿Qué fuente de energía eléctrica tiene ustedes?
-Un generador diesel que proporciona cincuenta kilovatios a ciento diez voltios.
Fue instalado hace unos cinco años y funciona muy bien. Hace la vida en el monasterio mucho más cómoda, pero, desde luego, en realidad fue instalado para proporcionar energía a los altavoces que emiten las plegarias. Desde luego - admitió el doctor Wagner-. Debía haberlo imaginado.
La vista desde el parapeto era vertiginosa, pero con el tiempo uno se acostumbra a todo. Después de tres meses, George Hanley no se impresionaba por los dos mil pies de profundidad del abismo, ni por la visión remota de los campos del valle semejantes a cuadros de un tablero de ajedrez. Estaba apoyado contra las piedras pulidas por el viento y contemplaba con displicencia las distintas montañas, cuyos nombres nunca se había preocupado de averiguar.
Aquello, pensaba George, era la cosa más loca que le había ocurrido jamas. El "Proyecto Shangri-La", como alguien lo había bautizado en los lejanos laboratorios. Desde hacía ya semanas, el Mark V estaba produciendo acres de hojas de papel cubiertas de galimatías.?4 Pacientemente, inexorablemente, la computadora había ido disponiendo letras en todas sus posibles combinaciones, agotando cada clase antes de empezar con la siguiente. Cuando las hojas salían de las maquinas de escribir electromaticas, los monjes las recortaban cuidadosamente y las pegaban a unos libros enormes. Una semana más y, con la ayuda del cielo, habrían terminado. George no sabía qué oscuros cálculos habían convencido a los monjes de que no necesitaban preocuparse por las palabras de diez, veinte o cien letras. Uno de sus habituales quebraderos de cabeza era que se produjese algún cambio de plan y que el gran lama (a quien ellos llamaban Sam Jaffe, aunque no se le parecía en absoluto) anunciase de pronto que el proyecto se extendería aproximadamente hasta el año 2060 de la Era Cristiana. Eran capaces de una cosa así.
George oyó que la pesada puerta de madera se cerraba de golpe con el viento al tiempo que Chuck entraba en el parapeto y se situaba a su lado. Como de costumbre, Chuck iba fumando uno de los cigarros puros que le habían hecho tan popular entre los monjes, que, al parecer, estaban completamente dispuestos a adoptar todos los menores y gran parte de los mayores placeres de la vida. Esto era una cosa a su favor: podían estar locos, pero no eran tontos. Aquellas frecuentes excursiones que realizaban a la aldea de abajo, por ejemplo...
-Escucha, George -dijo Chuck, con urgencia-. He sabido algo que puede significar un disgusto.
-¿Qué sucede? ¿No funciona bien la maquina? -ésta era la peor contingencia que George podía imaginar. Era algo que podría retrasar el regreso, y no había nada más horrible. Tal como se sentía él ahora, la simple visión de un anuncio de televisión le parecería maná caído del cielo. Por lo menos, representaría un vinculo con su tierra.
-No, no es nada de eso. -Chuck se instaló en el parapeto, lo cual era inhabitual en él, porque normalmente le daba miedo el abismo-. Acabo de descubrir cuál es el motivo de todo esto.
-¿Qué quieres decir? Yo pensaba que lo sabíamos.
-Cierto, sabíamos lo que los monjes están intentando hacer. Pero no sabíamos por qué. Es la cosa más loca...
-Eso ya lo tengo muy oído -gruñó George.
-...pero el viejo me acaba de hablar con claridad. Sabes que acude cada tarde para ver cómo van saliendo las hojas. Pues bien, esta vez parecía bastante excitado o, por lo menos, más de lo que suele estarlo normalmente. Cuando le dije que estábamos en el ultimo ciclo me preguntó, en ese acento inglés tan fino que?5 tiene, si yo había pensado alguna vez en lo que intentaban hacer. Yo dije que me gustaría saberlo... y entonces me lo explicó.
-Sigue; voy captando.
-El caso es que ellos creen que cuando hayan hecho la lista de todos los nombres, y admiten que hay unos nueve billones, Dios habrá alcanzado su objetivo. La raza humana habrá acabado aquello para lo cual fue creada y no tendrá sentido alguno continuar. Desde luego, la idea misma es algo así como una blasfemia.
-¿Entonces que esperan que hagamos? ¿Suicidarnos?
-No hay ninguna necesidad de esto. Cuando la lista esté completa, Dios se pone en acción, acaba con todas las cosas y... ¡Listos!
-Oh, ya comprendo. Cuando terminemos nuestro trabajo, tendrá lugar el fin del mundo. Chuck dejo escapar una risita nerviosa.
-Esto es exactamente lo que le dije a Sam. ¿Y sabes que ocurrió? Me miró de un modo muy raro, como si yo hubiese cometido alguna estupidez en la clase, y dijo:
"No se trata de nada tan trivial como eso".
George estuvo pensando durante unos momentos.
-Esto es lo que yo llamo una visión amplia del asunto -dijo después-. ¿Pero qué supones que deberíamos hacer al respecto? No veo que ello signifique la más mínima diferencia para nosotros. Al fin y al cabo, ya sabíamos que estaban locos.
-Sí... pero ¿no te das cuenta de lo que puede pasar? Cuando la lista esté acabada y la traca final no estalle -o no ocurra lo que ellos esperan, sea lo que sea-, nos pueden culpar a nosotros del fracaso. Es nuestra máquina la que han estado usando. Esta situación no me gusta ni pizca.
-Comprendo - dijo George, lentamente-. Has dicho algo de interés. Pero ese tipo de cosas han ocurrido otras veces. Cuando yo era un chiquillo, allá en Louisiana, teníamos un predicador chiflado que una vez dijo que el fin del mundo llegaría el domingo siguiente. Centenares de personas lo creyeron y algunas hasta vendieron sus casas. Sin embargo, cuando nada sucedió, no se pusieron furiosos, como se hubiera podido esperar. Simplemente, decidieron que el predicador había cometido un error en sus cálculos y siguieron creyendo. Me parece que algunos de ellos creen todavía.
-Bueno, pero esto no es Louisiana, por si aún no te habías dado cuenta. Nosotros no somos más que dos y monjes los hay a centenares aquí. Yo les tengo aprecio;?6 y sentiré pena por el viejo Sam cuando vea su gran fracaso. Pero, de todos modos, me gustaría estar en otro sitio.
-Esto lo he estado deseando yo durante semanas. Pero no podemos hacer nada hasta que el contrato haya terminado y lleguen los transportes aéreos para llevarnos lejos. Claro que - dijo Chuck, pensativamente - siempre podríamos probar con un ligero sabotaje.
-Y un cuerno podríamos. Eso empeoraría las cosas.
Lo que yo he querido decir, no. Míralo así. Funcionando las veinticuatro horas del día, tal como lo está haciendo, la máquina terminará su trabajo dentro de cuatro días a partir de hoy. El transporte llegará dentro de una semana. Pues bien, todo lo que necesitamos hacer es encontrar algo que tenga que ser reparado cuando hagamos una revisión; algo que interrumpa el trabajo durante un par de días. Lo arreglaremos, desde luego, pero no demasiado aprisa. Si calculamos bien el tiempo, podremos estar en el aeródromo cuando el último nombre quede impreso en el registro. Para entonces ya no nos podrán coger.
-No me gusta la idea -dijo George-. Sería la primera vez que he abandonado un trabajo. Además, les haría sospechar. No, me quedare y aceptare lo que venga.
-Sigue sin gustarme -dijo, siete días mas tarde, mientras los pequeños pero resistentes burritos de montaña les llevaban hacia abajo por la serpenteante carretera-. Y no pienses que huyo porque tengo miedo. Lo que pasa es que siento pena por esos infelices y no quiero estar junto a ellos cuando se den cuenta de lo tontos que han sido. Me pregunto como se lo va a tomar Sam.
-Es curioso -replicó Chuck-, pero cuando le dije adiós tuve la sensación de que sabía que nos marchábamos de su lado y que no le importaba porque sabía también que la máquina funcionaba bien y que el trabajo quedaría muy pronto acabado. Después de eso... claro que, para él, ya no hay ningún después... George se volvió en la silla y miró hacia atrás, sendero arriba. Era el último sitio desde donde se podía contemplar con claridad el monasterio. La silueta de los achaparrados y angulares edificios se recortaba contra el cielo crepuscular: aquí y allá se veían luces que resplandecían como las portillas del costado de un transatlántico. Luces eléctricas, desde luego, compartiendo el mismo circuito que el Mark V. ¿Cuánto tiempo lo seguirían compartiendo?, se preguntó George. ¿Destrozarían los monjes la computadora, llevados por el furor y la desesperación?
¿O se limitarían a quedarse tranquilos y empezarían de nuevo todos sus cálculos?
Sabía exactamente lo que estaba pasando en lo alto de la montaña en aquel
mismo momento. El gran lama y sus ayudantes estarían sentados, vestidos con?sus túnicas de seda e inspeccionando las hojas de papel mientras los monjes
principiantes las sacaban de las maquinas de escribir y las pegaban a los grandes volúmenes. Nadie diría una palabra. El único ruido sería el incesante golpear de las letras sobre el papel, porque el Mark V era de por sí completamente silencioso mientras efectuaba sus millares de cálculos por segundo. Tres meses así, penso George, eran ya como para subirse por las paredes.
-¡Allí esta! -gritó Chuck, señalando abajo hacia el valle-. ¿Verdad que es hermoso?
Ciertamente, lo era, pensó George. El viejo y abollado DC3 estaba en el final de la pista, como una menuda cruz de plata. Dentro de dos horas los estaría llevando hacia la libertad y la sensatez. Era algo así como saborear un licor de calidad. George dejó que el pensamiento le llenase la mente, mientras el burrito avanzaba pacientemente pendiente abajo.
La rápida noche de las alturas del Himalaya casi se les echaba encima. Afortunadamente, el camino era muy bueno, como la mayoría de los de la región, y ellos iban equipados con linternas. No había el más ligero peligro: sólo cierta incomodidad causada por el intenso frío. El cielo estaba perfectamente despejado e iluminado por las familiares y amistosas estrellas. Por lo menos, pensó George, no habría riesgo de que el piloto no pudiese despegar a causa de las condiciones del tiempo. Esta había sido su ultima preocupación. Se puso a cantar, pero lo dejó al cabo de poco. El vasto escenario de las montañas, brillando por todas partes como fantasmas blancuzcos encapuchados, no animaba a esta expansión. De pronto, George consultó su reloj.
-Estaremos allí dentro de una hora -dijo, volviéndose hacia Chuck. Después, pensando en otra cosa, añadió-: Me pregunto si la computadora habrá terminado su trabajo. Estaba calculado para esta hora.
Chuck no contesto, así que George se volvió completamente hacia él. Pudo ver la cara de Chuck; era un ovalo blanco vuelto hacia el cielo.
-Mira - susurro Chuck; George alzó la vista hacia el espacio.
Siempre hay una ultima vez para todo. Arriba, sin ninguna conmoción, las estrellas se estaban apagando.
18 de agosto de 2010
Poema Gongorino
Luis de Gongora
La más bella niña
De nuestro lugar,
Hoy viuda y sola
Y ayer por casar,
Viendo que sus ojos
A la guerra van,
A su madre dice,
Que escucha su mal:
Dejadme llorar
Orillas del mar.
Pues me distes, madre,
En tan tierna edad
Tan corto el placer,
Tan largo el pesar,
Y me cautivastes
De quien hoy se va
Y lleva las llaves
De mi libertad,
Dejadme llorar
Orillas del mar.
En llorar conviertan
Mis ojos, de hoy más,
El sabroso oficio
Del dulce mirar,
Pues que no se pueden
Mejor ocupar,
Yéndose a la guerra
Quien era mi paz,
Dejadme llorar
Orillas del mar.
No me pongáis freno
Ni queráis culpar,
Que lo uno es justo,
Lo otro por demás.
Si me queréis bien,
No me hagáis mal;
Harto peor fuera
Morir y callar,
Dejadme llorar
Orillas del mar.
Dulce madre mía,
¿Quién no llorará,
Aunque tenga el pecho
Como un pedernal,
Y no dará voces
Viendo marchitar
Los más verdes años
De mi mocedad?
Dejadme llorar
Orillas del mar.
Váyanse las noches,
Pues ido se han
Los ojos que hacían
Los míos velar;
Váyanse, y no vean
Tanta soledad,
Después que en mi lecho
Sobra la mitad.
Dejadme llorar
Orillas del mar.
2 de julio de 2010
Deseos - Salvador Díaz Mirón
Salvador Diaz Mirón
Yo quisiera salvar esa distancia
ese abismo fatal que nos divide,
y embriagarme de amor con la fragancia
mística y pura que tu ser despide.
Yo quisiera ser uno de los lazos
con que decoras tus radiantes sienes;
yo quisiera en el cielo de tus brazos
beber la gloria que en los labios tienes.
Yo quisiera ser agua y que en mis olas,
que en mis olas vinieras a bañarte,
para poder, como lo sueño a solas,
¡a un mismo tiempo por doquier besarte!
Yo quisiera ser lino y en tu lecho,
allá en la sombra, con ardor cubrirte,
temblar con los temblores de tu pecho
¡y morir de placer al comprimirte!
¡Oh, yo quisiera mucho más! ¡Quisiera
llevarte en mí como la nube al fuego,
mas no como la nube en su carrera
para estallar y separarse luego!
Yo quisiera en mí mismo confundirte,
confundirte en mí mismo y entrañarte;
yo quisiera en perfume convertirte,
¡convertirte en perfume y aspirarte!
¡Aspirarte en un soplo como esencia,
y unir a mis latidos tus latidos,
y unir a mi existencia tu existencia,
y unir a mis sentidos tus sentidos!
¡Aspirarte en un soplo del ambiente,
y así verte sobre mi vida en calma,
toda la llama de tu pecho ardiente
y todo el éter del azul de tu alma!
Aspirarte, mujer... De ti llamarme,
y en ciego, y sordo, y mudo constituirme,
y en ciego, y sordo, y mudo consagrarme
al deleite supremo de sentirte
¡y a la dicha suprema de adorarte!
Decálogo sobre la escritura - David Nahum Aguilar
(David Nahum Aguilar)
1. Establece con tu texto la dinámica del amo y del esclavo, donde el uno domina al otro según la naturaleza de la situación.
2. Sé como el ganadero que cría con amor un animal para luego llevarlo al matadero. Es decir: escribe con pasión y revisa con frialdad y desapego.
3. Escribe siempre. Aunque no tengas nada qué decir, pues muchas veces el sentido se construye con la escritura.
4. Escribe desde lo que eres y desde lo que no eres: escribe sobre lo que conoces o imagines, aún sobre aquello que conozcas mediante la escritura.
5. Sé sincero aún a través de la mentira, la ironía y la imaginación.
6. Sé consciente que cada texto tiene su propia metodología, sus propias reglas. Así no te preocuparás por haber hecho algo incorrecto.
7. No utilices los puntos 1 y 6 como excusa para justificar tu negligencia, pereza y errores.
8. Lee con pasión y criterio. Lee en todo momento, aunque no tengas un libro enfrente. Lee como escritor.
9. Escribe para amar, no para que te amen.
10. No desistas hasta lograr la página perfecta. Es decir, el texto íntegro.
Nota del autor: Si tuviera que escoger un único mandamiento escogería el primero.
Cantares - Estanislao del Campo
Y saco a luz mi cuaderno,
Hagan de cuenta que agarro
Mi guitarra por el cuello.
Para ver si soy poeta
Fíjate, niña, tan solo
En que lloro cuando canto
Y que canto cuando lloro.
Yo mojo en llanto mi pluma;
¡Sarcasmo de hado funesto
Que siendo mi alma tan blanca
Me ha de servir de tintero!
En tu casa me aborrecen
Sin más que porque te quiero:
Es decir que si te odiara
Me querrían con extremo.
Dicen que soy horroroso:
Por la lisonja, mil gracias:
Mirá tú mi corazón
Y prescinde de mi cara.
La cicatrices del rostro
Poco me importan, o nada;
las que me importan, y mucho,
Son las que tengo en el alma.
Se me figuran que son
Tus lindos ojos, morena,
Dos legunas de azabache
En que la luna rïela.
¿Qué tienen, niña, tus labios,
Que cada vez que los miro
Siento, con sorpresa grande,
Que se me estiran los míos?
Mira: si fuera pastor
Y si tú, pastora fueras,
Me parece que andarían
Mezcladas nuestras ovejas.
Cuando te veo cavilo
En el contraste tremendo
Que hace tu vestido blanco
Con tu corazón tan negro.
Es tu ventana un altar,
Una deidad tu persona,
Mi amor un ardiente culto,
¿Podré contar con La Gloria?
Me enviaste un día una cruz
Y desde entonces me digo: ---
¿Significa esto Fe
O querrá decir Martirio?
Ella vino en un pañuelo
De Cambray de hilo bordado;
¡Ay, Lucila! ¡Cuántas veces
Enjuagué con el mi llanto!
23 de junio de 2010
Ensayo sobre "Bajo tu clara sombra" (poema de Paz), por Gonzalo Valdivia Davila
El poema Bajo tu clara sombra (1935) recogido en el libro de Paz, Libertad bajo palabra (1935-1958) es un poema muy elaborado sobre el amor y la significancia de la amante en tanto otro, complemento o mitad del yo poético, surgen elucubraciones sobre la contemplación y posesión de la amada en sintagmas de palabras que forman oxymoron o la característica contraria al sustantivo adjetivado, así este poema tendrá “agua oscura”, “lluvia oscura”, cuando la oscuridad no es propia del aspecto físico del agua, sino una alusión al misterio de la vitalidad de la relación del yo poético con la amante a partir de los elementos naturales.
Paz estuvo muy influenciado por el mandala o proceso hindú de autoconocimiento, también por la sexualidad sagrada del Kamasutra, por la constitución del hombre según los elementos básicos combinatorios: aire, fuego, tierra, éter, presentes en este poema, donde el amor erótico cambia de intensidad o de dirección según el predominio de cada elemento aludido. Paz realiza una exploración del cuerpo de la amante y de su propio cuerpo en este poema cargado de erotismo. Para Paz el amor es posible alcanzando al otro, a la otra mitad, Paz erotiza los mitos orientales, los asume pero marca su distancia, a él solo le interesa el aspecto humano de los mitos, para Paz la otra orilla que hay cruzar es la pareja amorosa, el encuentro con ella completa el proceso de auto conocimiento. El yo no se realiza sin el tu en su poesía.
Tú es la otra: Paz recorre el cuerpo de la amante asignándole la característica de algún elemento natural, en la primera estrofa el yo es aprendiz de lucero, ella posee más fuego, más luminosidad, la sombra es el afán por seguirla, la conciencia de su falta para sentirse completo y realizado. En las estrofas dos, tres y cuatro, la amante será ella, dirigiéndose a un auditorio al que dice “Tengo que hablaros de ella”, siempre ella es fuente de claridad, “puebla de mármoles la noche”, el blanco irrumpe sobre el negro, es la luz que busca el yo poético como conocimiento de la sexualidad por su realización. La otra es vital “se enciende su sangre cada noche”, el fuego representa la energía que busca el yo poético para su disfrute, el eros de este yo esta desbordado y busca aprovechar el desborde de la otra para su gozo. La otra tiene atributos de las mareas en su latir, pues acompasa el ritmo de la relación, esto lo intuimos porque el yo poético es el aprendiz, es el que está asimilando la experiencia de la otra, el que está aprehendiendo a la otra, a su realidad en cada coito y a su evocación en el poema. La otra tiene savia, ramas, frescura, la identificación con las plantas alude a la fertilidad del eros, es un impulso amatorio que se reproduce constantemente, que no cesa y que se sostiene cada vez que se junta la pareja. Paz como poeta hormonal quiere aludir a su propio sexo, enuncia su sexo pero subordinado al manejo de la otra, ella lo hace reaccionar, lo sacude con ímpetu “mi sexo en esa brusca sacudida”, el yo poético tiene necesidad de enunciar y de avisar al lector de su existencia, existe en cuanto goza y se realiza en el eros, se completa con el tú de la otra. El sexo es metonimia del ser del yo enunciador, que afirma su sexualidad, que sienta las bases de su experiencia vital, ella existe y lo hace existir, la evocación tiene conocimiento de causa. Sus otras partes como su boca también están subordinadas a la acción de ella “mira mi boca en esa lluvia oscura”, la oscuridad es el misterio de la necesidad de buscar esa relación, ella llueve sobre él su conocimiento del eros y su vitalidad, luego de avisar su presencia vuelve a la descripción de ella en metáforas con la naturaleza, “mira tus piernas como dos arroyos, mira tu cuerpo como un largo río, son dos islas gemelas tus dos pechos, en la noche tu sexo es una estrella”, el eros de la amada fluye en la voz poética, lo impregna, la posee pero ella también lo posee, la geografía femenina es de ríos, islas, por lo sólido, lo firme, hay una preocupación por la belleza, la firmeza de la forma, para justificar toda la dedicación del yo al tú que es ella. La estrella indica el relieve cósmico del sexo para Paz, en la sombra de la noche el sexo le da claridad, es como si se reafirmara por indicaciones de la vitalidad y vigor de ambos amantes, ellos son en tanto actualizan su eros, están completos en cuanto desbordan su eros.
Trascendencia del eros: Este Paz es un recreador del sexo como valor primordial y positivo en su poesía, el se anuncia en el poema en tanto se siente vital, resistente y aleccionado para la tarea del sexo, la forma de describirlo es evocando y describiendo el encuentro, haciendo presente por momentos, le importa el sexo por los vestigios que deja en su yo, por la materialización de la amante en cada relación satisfactoria de un vehemente yo poético en capacidad de desplegar todos sus esfuerzos para culminar su anhelo erótico en la presencia de la otra amante y amada, de la que habla más que él, pues el está subordinado a la experiencia vital que de la cual su amante es agente imprescindible.
Conclusión: Paz pasa por una etapa erótica de juventud como Neruda, necesita ser un poeta de toda acción humana, revalora el acercamiento al otro en el amor como fuente de conocimiento que brinda la sensación de satisfacción y complementación del yo. Paz quiere salir de la soledad aprehendiendo y poseyendo a la amante en su poesía. El despliegue de fuerza de esta relación es necesaria por la representación y recreación de la importancia de la amante que subordina en su acción al yo poético. El eros tiene un tratamiento mítico por el uso de los elementos combinatorios de la naturaleza que van a resumir la pasión desbordada como fuego y la vitalidad y continuidad de la relación como agua, por la fluidez en que interactúan ambos, yo y otra.
13 de junio de 2010
Centímetro a centímetro, de Rubén Bonifaz Nuño
-Piel, cabello, ternura, olor, palabras-
mi amor te va tocando.
Voy descubriendo a diario, convenciéndome
de que estás junto a mí, de que es posible
y cierto; que no eres,
ya, la felicidad imaginada,
sino la dicha permanente,
hallada, concretísima; el abierto
aire total en que me pierdo y gano.
Y después, qué delicia
la de ponerme lejos nuevamente.
Mirarte como antes
y llamarte de "usted", para que sientas
que no es verdad que te haya conseguido;
que sigues siendo tú, la inalcanzada;
que hay muchas cosas tuyas
que no puedo tener.
Qué delicia delgada, incomprensible,
la de verte lejos,
y soportar los golpes de alegría
que de mi corazón ascienden
al acercarse a ti por vez primera;
siempre por primera, a cada instante.
Y al mismo tiempo, así, juego a perderte
y a descubrirte, y sé que te descubro
siempre mejor de como te he perdido.
Es como si dijeras:
"Cuenta hasta diez, y búscame", y a oscuras
yo empezara a buscarte, y torpemente
te preguntara: ¿estás allí?", y salieras
riendo del escondite,
tú misma, sí, en el fondo; pero envuelta
en una luz distinta, en un aroma
nuevo, con un vestido diferente.
9 de mayo de 2010
Cosas, de Gabriela Mistral
1
Amo las cosas que nunca tuve
con las otras que ya no tengo.
Yo toco un agua silenciosa,
parada en pastos friolentos,
que sin un viento tiritaba
en el huerto que era mi huerto.
La miro como la miraba;
me da un extraño pensamieto,
y juego, lenta, con esa agua
como con pez o con misterio.
2
Pienso en umbral donde dejé
pasos alegres que ya no llevo,
y en el umbral veo una llaga
llena de musgo y de silencio.
3
Me busco un verso que he perdido,
que a los siete años me dijeron.
Fue una mujer haciendo el pan
y yo su santa boca veo.
4
Viene un aroma roto en ráfagas;
soy muy dichosa si lo siento;
de tan delgado no es aroma,
siendo el olor de los almendros.
Me vuelve niños los sentidos;
le busco un nombre y no lo acierto,
y huelo el aire y los lugares
buscando almendros que no encuentro...
5
Un río suena siempre cerca.
Ha cuarenta años que lo siento.
Es canturía de mi sangre
o bien un ritmo que me dieron.
O el río Elqui de mi infancia
que me repecho y me vadeo.
Nunca lo pierdo; pecho a pecho,
como dos niños, nos tenemos.
6
Cuando sueño la Cordillera,
camino por desfiladeros,
y voy oyéndoles, sin tregua,
un silbo casi juramento.
7
Veo al remate del Pacífico
amoratado mi archipiélago
y de una isla me ha quedado
un olor acre de alción muerto...
8
Un dorso, un dorso grave y dulce,
remata el sueño que yo sueño.
Es el final de mi camino
y me descanso cuando llego.
Es tronco muerto o es mi padre
el vago dorso ceniciento.
Yo no pregunto, no lo turbo.
Me tiendo junto, callo y duermo.
9
Amo una piedra de Oaxaca
o Guatemala, a que me acerco,
roja y fija como mi cara
y cuya grieta da un aliento.
Al dormirme queda desnuda;
no sé por qué yo la volteo.
Y tal vez nunca la he tenido
y es mi sepulcro lo que veo...
11 de febrero de 2010
El torbellino, de Amado Nervo
«Espíritu que naufraga
en medio de un torbellino,
porque manda mi destino
que lo que no quiero haga;
«frente al empuje brutal
de mi terrible pasión,
le pregunto a mi razón
dónde están el bien y el mal;
«quién se equivoca, quién yerra;
la conciencia, que me grita:
¡Resiste!, llena de cuita,
o el titán que me echa en tierra.
«Si no es mío el movimiento
gigante que me ha vencido,
¿por qué, después de caído,
me acosa el remordimiento?
«La peña que fue de cuajo
arrancada y que se abisma,
no se pregunta a sí misma
por qué cayó tan abajo;
«mientras que yo, ¡miserable!,
si combato, soy vencido,
y si caigo, ya caído
aún me encuentro culpable,
«¡y en el fondo de mi mal,
ni el triste consuelo siento
de que mi derrumbamiento
fue necesario y fatal!»
Así, lleno de ansiedad
un hermano me decía,
y yo le oí con piedad,
pensando en la vanidad
de toda filosofía...
y clamé, después de oír
«Oh mi sabio no saber,
mi elocuente no argüir,
mi regalado sufrir,
mi ganancioso perder!»
22 de diciembre de 2009
Decálogo del médico mediocre
1. No estudies más: limítate a los sagrados conocimientos que te enseñaron en la Facultad; los cursos de actualización son para gente sin qué hacer o para ir al viboreo.
2. Interroga los síntomas con sus nombres científicos: no te molestes en ponerte en los zapatos de tus pacientes, muy su problema si no te entienden.
3. No planees la entrevista ni la exploración: cuestiona las cosas al azar, sin orden ni importancia, y explora como quieras, al fin y al cabo los datos ahí están. Puedes ir directo sobre la auscultación, para que los enfermos descubran que conoces el origen preciso de sus dolencias.
4. No expliques: no se te ocurra intentar explicar la causa de la enfermedad, no la entenderán, además: a ellos sólo les interesa su tratamiento.
5. Escribe con mala letra y ortografía: los farmacéuticos son expertos en tus garabatos y jamás se equivocan; además, conocen bien el efecto de todas las medicinas.
6. No escribas la sustancia activa de los medicamentos: los pacientes deben comprar la fórmula que tú les indicas, y es su problema encontrarla o conseguirla.
7. No consultes el vademécum: no investigues, ni compruebes las formulaciones, dosis o interacciones; confía en tu privilegiada memoria.
8. No atiendas a los pacientes sin cita: ellos saben bien que no pueden acudir al servicio médico sin previa cita, y que tú tienes una vida muy ocupada e importante.
9. Regala tu trabajo: la medicina es un apostolado y los pacientes nunca pueden pagarte.
10. No trates con los representantes: a ellos sólo les interesa que recetes su marca y jamás le ayudarán a tus pacientes ni te servirán como actualización.
Nota: si después de seguir al pie de la letra este decálogo no consigues ser un médico mediocre, puedes considerar consultar sin bata y en bermudas. También puedes considerar buscar empleo en los Servicios de Salud de Estados Unidos: ahí sólo te contratan si lo eres.
Diciembre de 2009
"El Hombre Imaginario"
El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario
De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios
Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios
Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario
Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario.
24 de noviembre de 2009
La palabra es arquetipo de la cosa
Buenas palabras, malas palabras (fragmento)
por Ana María Machado
"Por definición, literatura es el arte de las palabras. Pero pocos géneros literarios tienen lectores tan conscientes del poder mágico que poseen las palabras como la literatura infantil y juvenil. Salvo en ese género, muy raro es el lector capaz de acreditar que un conjunto de palabras tiene poderes para mover parte de una montaña, transformar una piedra en una puerta y revelar tesoros incalculables en su interior —como ocurre con el "Ábrete, Sésamo", en el cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones—. O acreditar que otra expresión pueda hacer que una olla empiece, solita, a cocinar delicias sin fuego debajo ni comida por dentro y, a pesar de eso, al fin pueda matar el hambre de multitudes e, incluso, inundar de comida todo un pueblo si alguien no logra decir las palabras exactas que hagan cesar el fenómeno.
(…)
Después de pasado el episodio, trabajé el texto de manera más literaria. Me encantó el juego de jamás escribir una sola mala palabra y, sin embargo, lograr que los lectores las leyeran, en un acto literario mágico, llamados a crear, a ver lo que no está. Fue divertido hacer esa experiencia. Y resultó en un cuento liberador y subversivo, como me parece que debe ser la literatura. Porque, en realidad, toda palabra en un contexto literario puede ser mágica, romper cadenas, hacer volar. Y no hay ninguna razón para que, en cuentos para niños, uno olvide ese poder del lenguaje."
Ana María Machado, la del apellido de Antonio, me recordó a mi maestro Carlos Arredondo, quien nos explicó sobre la imposibilidad que la palabras sean malas, buenas, bajas, altas, blancas, rojas, tecnológicas, modernas... Esta reflexión la he compartido en clase algunas veces.
¿Cuál es mi palabra favorita? Por supuesto que Carlos. También Jair es mi palabra favorita. La palabra Mercedes es otra de mis preferidas, pero aquí llegamos al Crátilo: la palabra es arquetipo de la cosa.
22 de noviembre de 2009
Nueva fase
Ahora deseo que ésta libreta virtual reciba mis insípidos ejercicios con la mano (sin albur): escribiré y escribiré (es amenaza), con la intención de entretener, soltar la pluma, aflojar los dedos, cooperar con la Web 2.0 en la construcción de un mundo virtual, donde la gente usa sus blogs como diarios, a la vista de cualquier merodeador... ¿Resultará? ¿Esta empresa tecnológica encontrará lectores fieles? Pos la neta no lo sé, sólo sé que este es un blog de tantos más...
Antihipertensiva la terapia de escribir. Ahora escribiré para disminuir la tensión social.
(Cerré la computadora y reparé en que mi cervicalalgia ya no era tan aguda. Al parecer, esto de sacarle provecho al blog me relajó. Salí al jardín a echarme un cigarro y un gasesillo que casi no sonó, pero alguien aplaudió. Luego descubrí que no era aplauso: mató un zancudo).
3 de noviembre de 2009
Canonización, de Ramón López Velarde
Fuensanta, tu recuerdo me es propicio.
Me deleita de lejos la fragancia
que de noche se exhala de tus tiestos,
y en pago de tan grande beneficio
te canonizo en estos
endecasílabos sentimentales.
A tu virtud mi devoción es tanta
que te miro en el altar, como la santa
Patrona que veneran tus zagales,
y así es como mis versos se han tornado
endecasílabos pontificales.
Como risueña advocación te he dado
la que ha de subyugar los corazones:
permíteme rezarte, novia ausente,
Nuestra Señora de las Ilusiones.
¡Quién le otorgara al corazón doliente
cristalizar el infantil anhelo,
que en su fuego romántico me abrasa,
de venerarte en diáfano capelo
en un rincón de la nativa casa!
Tanto se contagió mi vida toda
del grave encanto de tus ojos místicos,
que en vano espero para nuestra boda
alguna de las horas de pureza
en que se confortó mi gran tristeza
con los primeros panes eucarísticos.
31 de octubre de 2009
El granjo, de Alberto Blanco
Un grajo entre las nubes salta
como una mancha de tinta en un cuaderno,
como un pozo sin fondo y sin cubeta
donde el agua se queja mientras grazna.
Sus plumas son carbón para aquel horno
que de las pesadillas se alimenta
y sus ojos un círculo de lumbre
que deja las promesas sin cumplir.
Las alas tenebrosamente abiertas son
la oscuridad del día en la cabeza
y las garras de hierro al rojo vivo
ardientes relámpagos de media noche.
Es la cola del grajo en la tormenta
el triste timón de los desastres
y sus patas invictas escaleras
por donde sube el humo de los siglos.
El pico -por último- es un usurero
clavado en las necesidades de la sombra
con la cresta como una bravata
coronando el negrísimo atavío.
Como un sufrimiento sin alivio
donde la noche inclina la balanza
el grajo es en la oscuridad
un espejo con alas de obsidiana.
29 de octubre de 2009
José Luis Piquero - Nosotros no dormimos
de araña en cada sombra amenazante
y el silencio se llena de presagios.
No dormimos. Quemamos
las horas como extraños cigarrillos.
Sabemos que ahí afuera la vida es deseable,
las chicas huelen bien,
y nada de eso es nuestro.
No podemos dormir, no hemos dormido nunca.
A veces alguien mira, de perfil, preguntándose
con dolor qué esperamos
desde hace tanto tiempo. Las arañas,
las arañas. No hemos dormido nunca.
Y pasamos los días con los ojos abiertos
como esos tragaluces que miran desde un sótano.
Ya nos duelen los párpados
y alguien dice palabras,
el mundo está bien hecho, simplemente
nuestra vida es así.
Ojalá nos muriésemos como quien no ha vivido,
que un soplo nos borrase la arena de los labios,
sin huellas y sin humo, apagando la luz.
Ah, si por fin durmiéramos, no puedo imaginarlo.
Tus labios cantarían una canción de cuna.
Más también las arañas... Hay un gesto
de mosca en cada sombra. Oh, Señor de las Moscas,
la vida es un infierno.
Nosotros no dormimos, igual que las arañas,
cristales y arenilla bajo la nuca insomne.
Ellas tejen sus redes.
3 de octubre de 2009
La muerte es la vida, de Gabriel Álvarez Toledo
Esto que vive en mí, por quien yo vivo,
es la mente inmortal de Dios, criada
para que, en su principio transformada,
anhele al fin de quien el ser recibo.
Mas del cuerpo mortal al peso esquivo,
el alma en un letargo sepultada,
es mi ser en esfera limitada,
de vil materia mísero cautivo.
En decreto infalible prescribe
que al golpe justo que su lazo hiere,
de la cadena terrenal me prive.
Luego con fácil conclusión se infiere
que muere el alma cuando el hombre vive,
que vive el alma cuando el hombre muere.
1 de octubre de 2009
ahora de Rubén Darío: El pájaro azul
Por Rubén Darío
París es teatro divertido y terrible. Entre los concurrentes al café Plombier, buenos y decididos muchachos - pintores, escultores, poetas - sí, ¡todos buscando el viejo laurel verde! ninguno más querido que aquel pobre Garcín, triste casi siempre, buen bebedor de ajenjo, soñador que nunca se emborrachaba, y, como bohemio intachable, bravo improvisador.
En el cuartucho destartalado de nuestras alegres reuniones, guardaba el yeso de las paredes, entre los esbozos y rasgos de futuros Clays, versos, estrofas enteras escritas en la letra echada y gruesa de nuestro amado pájaro azul.
El pájaro azul era el pobre Garcín. ¿No sabéis por qué se llamada así? Nosotros le bautizamos con ese nombre.
Ello no fue un simple capricho. Aquel excelente muchacho tenía el vino triste. Cuando le preguntábamos por qué cuando todos reíamos como insensatos o como chicuelos, él arrugaba el ceño y miraba fijamente el cielo raso, nos respondía sonriendo con cierta amargura...
-Camaradas: habéis de saber que tengo un pájaro azul en el cerebro, por consiguiente...
* * *
Sucedía también que gustaba de ir a las campiñas nuevas, al entrar la primavera. El aire del bosque hacía bien a sus pulmones, según nos decía el poeta.
De sus excursiones solía traer ramos de violetas y gruesos cuadernillos de madrigales, escritos al ruido de las hojas y bajo el ancho cielo sin nubes. Las violetas eran para Nini, su vecina, una muchacha fresca y rosada que tenía los ojos muy azules.
Los versos eran para nosotros. Nosotros los leíamos y los aplaudíamos. Todos teníamos una alabanza para Garcín. Era un ingenuo que debía brillar. El tiempo vendría. Oh, el pájaro azul volaría muy alto. ¡Bravo! ¡bien! ¡Eh, mozo, más ajenjo!
* * *
Principios de Garcín:
De las flores, las lindas campánulas.
Entre las piedras preciosas, el zafiro. De las inmensidades, el cielo y el amor: es decir, las pupilas de Nini.
Y repetía el poeta: Creo que siempre es preferible la neurosis a la imbecilidad.
* * *
A veces Garcín estaba más triste que de costumbre.
Andaba por los bulevares; veía pasar indiferente los lujosos carruajes, los elegantes, las hermosas mujeres. Frente al escaparate de un joyero sonreía; pero cuando pasaba cerca de un almacén de libros, se llegaba a las vidrieras, husmeaba, y al ver las lujosas ediciones, se declaraba decididamente envidioso, arrugaba la frente; para desahogarse volvía el rostro hacia el cielo y suspiraba. Corría al café en busca de nosotros, conmovido, exaltado, casi llorando, pedía un vaso de ajenjo y nos decía:
-Sí, dentro de la jaula de mi cerebro está preso un pájaro azul que quiere su libertad...
* * *
Hubo algunos que llegaron a creer en un descalabro de razón.
Un alienista a quien se le dio noticias de lo que pasaba, calificó el caso como una monomanía especial. Sus estudios patológicos no dejaban lugar a duda.
Decididamente, el desgraciado Garcín estaba loco.
Un día recibió de su padre, un viejo provinciano de Normandía, comerciante en trapos, una carta que decía lo siguiente, poco más o menos:
"Sé tus locuras en París. Mientras permanezcas de ese modo, no tendrás de mí un solo sou. Ven a llevar los libros de mi almacén, y cuando hayas quemado, gandul, tus manuscritos de tonterías tendrás mi dinero."
Esta carta se leyó en el Café Plombier.
-¿Y te irás?
-¿No te irás?
-¿Aceptas?
-¿Desdeñas?
¡Bravo Garcín! Rompió la carta y soltando el trapo a la vena, improvisó unas cuantas estrofas, que acababan, si mal no recuerdo:
¡Sí, seré siempre un gandul,
lo cual aplaudo y celebro,
mientras sea mi cerebro
jaula del pájaro azul!
* * *
Desde entonces Garcín cambió de carácter. Se volvió charlador, se dio un baño de alegría, compró levita nueva, y comenzó un poema en tercetos titulados, pues es claro: El pájaro azul.
Cada noche se leía en nuestra tertulia algo nuevo de la obra. Aquello era excelente, sublime, disparatado.
Allí había un cielo muy hermoso, una campiña muy fresca, países brotados como por la magia del pincel de Corot, rostros de niños asomados entre flores; los ojos de Nini húmedos y grandes; y por añadidura, el buen Dios que envía volando, volando, sobre todo aquello, un pájaro azul que sin saber cómo ni cuando anida dentro del cerebro del poeta, en donde queda aprisionado. Cuando el pájaro canta, se hacen versos alegres y rosados. Cuando el pájaro quiere volar abre las alas y se da contra las paredes del cráneo, se alzan los ojos al cielo, se arruga la frente y se bebe ajenjo con poca agua, fumando además, por remate, un cigarrillo de papel.
He ahí el poema.
Una noche llegó Garcín riendo mucho y, sin embargo, muy triste.
* * *
La bella vecina había sido conducida al cementerio.
-¡Una noticia! ¡una noticia! Canto último de mi poema. Nini ha muerto. Viene la primavera y Nini se va. Ahorro de violetas para la campiña. Ahora falta el epílogo del poema. Los editores no se dignan siquiera leer mis versos. Vosotros muy pronto tendréis que dispersaros. Ley del tiempo. El epílogo debe titularse así: "De cómo el pájaro azul alza el vuelo al cielo azul".
* * *
¡Plena primavera! Los árboles florecidos, las nubes rosadas en el alba y pálidas por la tarde; el aire suave que mueve las hojas y hace aletear las cintas de los sombreros de paja con especial ruido! Garcín no ha ido al campo.
Hele ahí, viene con traje nuevo, a nuestro amado Café Plombier, pálido, con una sonrisa triste.
-!Amigos míos, un abrazo! Abrazadme todos, así, fuerte; decidme adiós con todo el corazón, con toda el alma... El pájaro azul vuela.
Y el pobre Garcín lloró, nos estrechó, nos apretó las manos con todas sus fuerzas y se fue.
Todos dijimos: Garcín, el hijo pródigo, busca a su padre, el viejo normando. Musas, adiós; adiós, gracias. ¡Nuestro poeta se decide a medir trapos! ¡Eh! ¡Una copa por Garcín!
Pálidos, asustados, entristecidos, al día siguiente, todos los parroquianos del Café Plombier que metíamos tanta bulla en aquel cuartucho destartalado, nos hallábamos en la habitación de Garcín. Él estaba en su lecho, sobre las sábanas ensangrentadas, con el cráneo roto de un balazo. Sobre la almohada había fragmentos de masa cerebral. ¡Qué horrible!
Cuando, repuestos de la primera impresión, pudimos llorar ante el cadáver de nuestro amigo, encontramos que tenía consigo el famoso poema. En la última página había escritas estas palabras: Hoy, en plena primavera, dejó abierta la puerta de la jaula al pobre pájaro azul.
* * *
¡Ay, Garcín, cuántos llevan en el cerebro tu misma enfermedad!
30 de septiembre de 2009
Pájaro azul, de Charles Bukowski
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie
te vea.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero yo le echo whisky encima y me trago
el humo de los cigarrillos,
y las putas y los camareros
y los dependientes de ultramarinos
nunca se dan cuenta
de que esté ahí dentro.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
hacerme un lío?
¿es que quieres
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?
hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.
le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas
triste.
luego lo vuelvo a introducir,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar
a un hombre, pero yo no
lloro,
¿lloras tú?
27 de septiembre de 2009
25 de septiembre de 2009
Amo las cosas, de Gabriela Mistral
Amo las cosas que nunca tuve
con las otras que ya no tengo.
Yo toco un agua silenciosa,
parada en pastos friolentos,
que sin un viento tiritaba
en el huerto que era mi huerto.
La miro como la miraba;
me da un extraño pensamieto,
y juego, lenta, con esa agua
como con pez o con misterio.
2
Pienso en umbral donde dejé
pasos alegres que ya no llevo,
y en el umbral veo una llaga
llena de musgo y de silencio.
3
Me busco un verso que he perdido,
que a los siete años me dijeron.
Fue una mujer haciendo el pan
y yo su santa boca veo.
4
Viene un aroma roto en ráfagas;
soy muy dichosa si lo siento;
de tan delgado no es aroma,
siendo el olor de los almendros.
Me vuelve niños los sentidos;
le busco un nombre y no lo acierto,
y huelo el aire y los lugares
buscando almendros que no encuentro...
5
Un río suena siempre cerca.
Ha cuarenta años que lo siento.
Es canturía de mi sangre
o bien un ritmo que me dieron.
O el río Elqui de mi infancia
que me repecho y me vadeo.
Nunca lo pierdo; pecho a pecho,
como dos niños, nos tenemos.
6
Cuando sueño la Cordillera,
camino por desfiladeros,
y voy oyéndoles, sin tregua,
un silbo casi juramento.
7
Veo al remate del Pacífico
amoratado mi archipiélago
y de una isla me ha quedado
un olor acre de alción muerto...
8
Un dorso, un dorso grave y dulce,
remata el sueño que yo sueño.
Es el final de mi camino
y me descanso cuando llego.
Es tronco muerto o es mi padre
el vago dorso ceniciento.
Yo no pregunto, no lo turbo.
Me tiendo junto, callo y duermo.
9
Amo una piedra de Oaxaca
o Guatemala, a que me acerco,
roja y fija como mi cara
y cuya grieta da un aliento.
Al dormirme queda desnuda;
no sé por qué yo la volteo.
Y tal vez nunca la he tenido
y es mi sepulcro lo que veo...
La peste azul (AH1N1), de Saúl Ibargoyen
perforando la totalidad del aire:
tampoco espirales de bichos sangrientos
ni trazos de un dedo gigante
marcando de horror las camas y las calles.
No era el metálico galope
de las caballadas negras trizando
hierbas y plumas perdidas:
tampoco era una áspera sombra
olfateando un posible destino
en la carne más fresca:
no era aquel escudo adonde
un sagrado animal imponía su tenso vuelo
entre astros de fuego:
no era el gesto voraz del señor de los ejércitos
con su pequeño disfraz
y su pequeña espada
y sus pequeños ojos
porque en él alcanza su exacto tamaño
todo lo mezquino.
No no era la figura casi humana
que como un balón repleto de monedas
va hundiéndose en el barro
de su propia inmundicia.
No era un templo vaciado
de amor y sufrimiento
ni una bandera de colores inermes
sometida a impúdicos jabones
y al grosero manoseo imperial.
No era el hombre sin oficio fijo
ni la mujer duramente preñada
ni el mesero desconocido
ni el
niño resucitad
ni la muchacha que ya no estudia
ni respira
ni la suripanta que dejó de fornicar
ni el juntador de basura cuyas quietas manos
alguien lavó
ni el soldado que asesinara su
uniforme
en aquella balacera
del día de ayer o de hoy.
No era una ciudad sin olor a simple gente:
ni la ciudad de las máscaras
ni el completo país de los mascarones:
no eran los rostros de pieles
blancas
ni las caras de pieles azulencas
ni las mejillas y las bocas
valientes y abiertas.
No eran los cuidados cadáveres
ni los muertos sin apellido
ni los examinados cuerpos en estuches
diversos
ni las vacunas mágicas
ni los remedios tribales
ni las perversas bendiciones en orejas indefensas
ni los discursos cocinados
en ollas de puro cristal.
No no era esto todo lo que
vimos:
fue en el nuevo año de la peste azul.
México DF, abril/mayo 2009
12 de septiembre de 2009
La estrofa que danza, de Rubén Bonifaz Nuño
tornasol, y desfloras el mutismo
con los toques undívagos de tu planta certera
que fiera se amanera al marcar hechicera
las multánimes giros de una sola quimera.
Ya tus ojos entraron al combate
como dos uvas de un goloso uvate;
bajo tus castañuelas se rinden los destinos,
y se cuelgan de ti los sueños masculinos,
cual de la cuerda endeble de una lira, los trinos.
Ya te adula la orquesta con servil
dejo libidinoso de reptil,
y danzando lacónica, tu reojo me plagia,
y pisas mi entusiasmo con una cruel magia
como estrofa danzante que pisa una hemorragia.
Ya vuelas como un rito por los planos
limítrofes de todos los arcanos;
las almas que tu arrullo va limpiando de escoria
quisieran renunciar su futuro y su historia,
por dormirse en la tersa amnistía de tu gloria.
Guarismo, cuerda, y ejemplar figura:
tu rítmica y eurítmica cintura
nos roba a todos nuestra flama pura;
y tus talones tránsfugas, que se salen del mundo
por la tangente dócil de un celaje profundo,
se llevan mis holgorios el azul pudibundo.
(para Aída)
24 de agosto de 2009
Cristo en la cruz, por Jorge Luis Borges
Cristo en la cruz. Los pies tocan la tierra.
Los tres maderos son de igual altura.
Cristo no está en el medio. Es el tercero.
La negra barba pende sobre el pecho.
El rostro no es el rostro de las láminas.
Es áspero y judío. No lo veo
y seguiré buscándolo hasta el día
último de mis pasos por la tierra.
El hombre quebrantado sufre y calla.
La corona de espinas lo lastima.
No lo alcanza la befa de la plebe
que ha visto su agonía tantas veces.
La suya o la de otro. Da lo mismo.
Cristo en la cruz. Desordenadamente
piensa en el reino que tal vez lo espera,
piensa en una mujer que no fue suya.
No le está dado ver la teología,
la indescifrable Trinidad, los gnósticos,
las catedrales, la navaja de Occam,
la púrpura, la mitra, la liturgia,
la conversión de Guthrum por la espada,
la Inquisición, la sangre de los mártires,
las atroces Cruzadas, Juana de Arco,
el Vaticano que bendice ejércitos.
Sabe que no es un dios y que es un hombre
que muere con el día. No le importa.
Le importa el duro hierro de los clavos.
No es un romano. No es un griego. Gime.
Nos ha dejado espléndidas metáforas
y una doctrina del perdón que puede
anular el pasado. (Esa sentencia
la escribió un irlandés en una cárcel.)
El alma busca el fin, apresurada.
Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?
3 de agosto de 2009
Edgar Allan Poe, por JLB
Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986)
Pompas del mármol, negra anatomía
que ultrajan los gusanos sepulcrales,
del triunfo de la muerte los glaciales
símbolos congregó. No los temía.
Temía la otra sombra, la amorosa,
las comunes venturas de la gente;
no lo cegó el metal resplandeciente
ni el mármol sepulcral sino la rosa.
Como del otro lado del espejo
se entregó solitario a su complejo
destino de inventor de pesadillas.
Quizá, del otro lado de la muerte,
siga erigiendo solitario y fuerte
espléndidas y atroces maravillas.
30 de julio de 2009
Edgar Allan Poe, por JLB
Por Jorge Luis Borges
Publicado en La Nación (Buenos Aires)
domingo 2 de octubre de 1949, Segunda Sección, p. 1
Detrás de Poe, (como detrás de Swift, de Carlyle, de Almafuerte) hay una neurosis. Interpretar su obra en función de esa anomalía puede ser abusivo o legítimo. Es abusivo cuando se alega la neurosis para invalidar o negar la obra; es legítimo cuando se busca en la neurosis un medio para entender su génesis. Arthur Schopenhauer ha escrito que no hay circunstancia de nuestra vida que no sea voluntaria; en la neurosis, como en otras desdichas, podemos ver un artificio del individuo para lograr un fin. La neurosis de Poe le habría servido para renovar el cuento fantástico, para multiplicar las formas literarias del horror. También cabría decir que Poe sacrificó la vida a la obra, el destino mortal al destino póstumo.
Nuestro siglo es más desventurado que el XIX; a ese triste privilegio se debe que los infiernos elaborados ulteriormente (por Henry James, por Kafka) sean más complejos y más íntimos que el de Poe. La muerte y la locura fueron los símbolos de que éste se valió para comunicar su horror de la vida; en sus libros tuvo que simular que vivir es hermoso y que lo atroz es la destrucción de la vida, por obra de la muerte y de la locura. Tales símbolos atenúan su sentimiento; para el pobre Poe el mero hecho de existir era atroz. Acusado de imitar la literatura alemana, pudo responder con verdad: El terror no es de Alemania, es del alma. Harto más firme y duradera que las poesías de Poe es la figura de Poe como poeta, legada a la imaginación de los hombres. (Lo mismo ocurre con Lord Byron, tal vez con Goethe). Algún verso inmemorable - Was it not Fate, that, on this July midnight - honra y acaso justifica sus páginas, lo demás es mera trivialidad, sensiblería, mal gusto, débiles remedos de Thomas Moore. Aldous Huxley se ha distraído vertiendo al singular dialecto de Poe alguna estrofa sentenciosa de Milton; el resultado es lamentable, sin bien cabría objetar que un párrafo de El escarabajo de oro o de Berenice, traducido a la inextricable prosa del Tetrachordon, lo sería aún más. Nuestra imagen de Poe, la de un artífice que premedita y ejecuta su obra con lenta lucidez, al margen del favor popular, procede menos de las piezas de Poe que de la doctrina que enuncia en el ensayo The philosophy of composition. De esa doctrina, no de Dreamland o de Israfel, se derivan Mallarmé y Paul Valéry. Poe se creía poeta, sólo poeta, pero las circunstancias lo llevaron a escribir cuentos, y esos cuentos a cuya escritura se resignó y que debió encarar como tareas ocasionales, son su inmortalidad. En algunos (La verdad sobre el caso del señor Valdemar, Un descenso al Maelström) brilla la invención circunstancial; otros (Ligeia, La máscara de la Muerte Roja, Eleonora) prescinden de ella con soberbia y con inexplicable eficacia. De otros (Los crímenes de la Rue Morgue, La carta robada) procede el caudaloso género policial que hoy fatiga las prensas y que no morirá del todo, porque también lo ilustran Wilkie Collins y Stevenson y Chesterton. Detrás de todos, animándolos, dándoles fantástica vida, están la angustia y el terror de Edgar Allan Poe. Espejo de las arduas escuelas que ejercen el arte solitario y que no quieren ser voz de los muchos, padre de Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Valery, Poe indisolublemente pertenece a la historia de las letras occidentales, que no se comprende sin él. También, y esto es más importante y más íntimo, pertenece a lo intemporal y a lo eterno, por algún verso y por muchas páginas incomparables. De éstas yo destacaría las últimas del Relato de Arthur Gordon Pym de Nantucket, que es una sistemática pesadilla cuyo tema secreto es el color blanco.
Shakespeare ha escrito que son dulces los empleos de la adversidad; sin la neurosis, el alcohol, la pobreza, la soledad irreparable, no existiría la obra de Poe. Esto creó un mundo imaginario para eludir un mundo real; el mundo que soñó perdurará, el otro es casi un sueño.
Inaugurada por Baudelaire, y no desdeñada por Shaw, hay la costumbre pérfida de admirar a Poe contra los Estados Unidos, de juzgar al poeta como un ángel extraviado, para su mal, en ese frío y ávido infierno. La verdad es que Poe hubiera padecido en cualquier país. Nadie, por lo demás, admira a Baudelaire contra Francia o a Coleridge contra Inglaterra.
27 de julio de 2009
Jorge Luis Borges - Los enigmas
Yo que soy el que ahora está cantando
seré mañana el misterioso, el muerto,
el morador de un mágico y desierto
orbe sin antes ni después ni cuándo.
Así afirma la mística. Me creo
indigno del Infierno o de la Gloria,
pero nada predigo. Nuestra historia
cambia como las formas de Proteo.
¿Qué errante laberinto, qué blancura
ciega de resplandor será mi suerte,
cuando me entregue el fin de esta aventura
la curiosa experiencia de la muerte?
Quiero beber su cristalino Olvido,
ser para siempre; pero no haber sido.
24 de julio de 2009
Los espejos, de Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges
Yo que sentí el horror de los espejos
no sólo ante el cristal impenetrable
donde acaba y empieza, inhabitable,
un imposible espacio de reflejos
sino ante el agua especular que imita
el otro azul en su profundo cielo
que a veces raya el ilusorio vuelo
del ave inversa o que un temblor agita
y ante la superficie silenciosa
del ébano sutil cuya tersura
repite como un sueño la blancura
de un vago mármol o una vaga rosa,
hoy, al cabo de tantos y perplejos
años de errar bajo la varia luna,
me pregunto qué azar de la fortuna
hizo que yo temiera los espejos.
Espejos de metal, enmascarado
espejo de caoba que en la bruma
de su rojo crepúsculo disfuma
ese rostro que mira y es mirado,
infinitos los veo, elementales
ejecutores de un antiguo pacto,
multiplicar el mundo como el acto
generativo, insomnes y fatales.
Prolongan este vano mundo incierto
en su vertiginosa telaraña;
a veces en la tarde los empaña
el hálito de un hombre que no ha muerto.
Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
paredes de la alcoba hay un espejo,
ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
que arma en el alba un sigiloso teatro.
Todo acontece y nada se recuerda
en esos gabinetes cristalinos
donde, como fantásticos rabinos,
leemos los libros de derecha a izquierda.
Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
no sintió que era un sueño hasta aquel día
en que un actor mimó su felonía
con arte silencioso, en un tablado.
Que haya sueños es raro, que haya espejos,
que el usual y gastado repertorio
de cada día incluya el ilusorio
orbe profundo que urden los reflejos.
Dios (he dado en pensar) pone un empeño
en toda esa inasible arquitectura
que edifica la luz con la tersura
del cristal y la sombra con el sueño.
Dios ha creado las noches que se arman
de sueños y las formas del espejo
para que el hombre sienta que es reflejo
y vanidad. Por eso nos alarman.
23 de julio de 2009
La renuncia, de Andrés Eloy blanco
Andres Eloy Blanco
He renunciado a ti. No era posible
fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.
Yo me quedé mirando cómo el río se iba
poniendo encinta de la estrella...
Hundí mis manos locas hacia ella
y supe que la estrella estaba arriba...
He renunciado a ti, serenamente,
como renuncia a Dios el delincuente;
he renunciado a ti como el mendigo
que no se deja ver del viejo amigo;
Como el que ve partir grandes navíos
como rumbo hacia imposibles y ansiados continentes;
como el perro que apaga sus amorosos brios
cuando hay un perro grande que le enseña los dientes;
Como el marino que renuncia al puerto
y el buque errante que renuncia al faro
y como el ciego junto al libro abierto
y el niño pobre ante el juguete caro.
He renunciado a ti, como renuncia el loco a la palabra que su boca pronuncia;
como esos granujillas otoñales,
con los ojos estáticos y las manos vacías,
que empañan su renuncia, soplando los cristales en los escaparates de las confiterías...
He renunciado a ti, y a cada instante
renunciamos un poco de lo que antes quisimos
y al final, !cuantas veces el anhelo menguante
pide un pedazo de lo que antes fuimos!
Yo voy hacia mi propio nivel. Ya estoy tranquilo.
Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;
desbaratando encajes regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje de regreso del sueño...
21 de julio de 2009
Que sea para bien, de Ramón López Velarde
Ya no puedo dudar... Diste muerte a mi cándida
niñez, toda olorosa a sacristía, y también
diste muerte al liviano chacal de mi cartuja.
Que sea para bien...
Ya no puedo dudar... Consumaste el prodigio
de, sin hacerme daño, sustituir mi agua clara
con un licor de uvas... Y yo bebo
el licor que tu mano me depara.
Me revelas la síntesis de mi propio Zodíaco:
el León y la Virgen. Y mis ojos te ven
apretar en los dedos ‹como un haz de centellas‹
éxtasis y placeres. Que sea para bien...
Tu palidez denuncia que en tu rostro
se ha posado el incendio y ha corrido la lava...
Día último de marzo; emoción, aves, sol...
Tu palidez volcánica me agrava.
¿Ganaste ese prodigio de pálida vehemencia
al huir, con un viento de ceniza,
de una ciudad en llamas? ¿O hiciste penitencia
revolcándote encima del desierto? ¿O, quizá,
te quedaste dormida en la vertiente
de un volcán, y la lava corrió sobre tu boca
y calcinó tu frente?
¡Oh tú, reveladora, que traes un sabor
cabal para mi vida, y la entusiasmas:
tu triunfo es sobre un motín de satiresas
y un coro plañidero de fantasmas!
Yo estoy en la vertiente de tu rostro, esperando
las lavas repentinas que me den
un fulgurante goce. Tu victorial y pálido
prestigio ya me invade... ¡Que sea para bien!
Vuelven los caballos, de Jorge Robledo Ortiz
Ágiles,
Elásticos,
Piafantes,
Resueltos,
Las ancas lustrosas,
Los ojos eléctricos,
Los nervios tensados como cuerdas de arco,
Las crines al viento
Y la historia patria montada,
Tatuada,
Estereotipada sobre todos ellos.
Vuelven los caballos remascando el freno,
Arrollando fechas,
Saltando recuerdos,
Repicando nombres de conquistadores,
De héroes,
De clérigos,
De altivos virreyes,
De descamisados,
Y de comuneros.
Vuelven los caballos de relincho hispano,
Inmenso,
Ecuménico,
Los que le arrancaron chispas al camino
Porque iban herrados con cuatro relámpagos,
Los caballos negros,
Los caballos pintos,
Los caballos bayos,
Los que se bebieron la savia de América
En el verso indio de Santos Chocano.
Vuelven los caballos
En tropel de cascos lo mismo que antaño:
Caballos de silla,
Caballos de carga,
Caballos de espanto,
Caballos que vienen de un viejo trapiche,
De un himno metálico.
Caballos de carne,
Caballos de bronce,
Caballos de mármol.
Vuelven los caballos
Bañados en luna,
Bañados en pólvora
Y en ecos lejanos.
Vuelven los caballos,
¡Y toda Colombia siente que hay tambores,
Historia y Laureles
En sus cuatro cascos!
20 de julio de 2009
Soy, de Jorge Luis Borges
que el vano observador que en el espejo
de silencio y cristal sigue el reflejo
o el cuerpo (da lo mismo) del hermano.
Soy, tácitos amigos, el que sabe
que no hay otra venganza que el olvido
ni otro perdón. Un dios ha concedido
al odio humano esta curiosa llave.
Soy el que pese a tan ilustres modos
de errar, no ha descifrado el laberinto
singular y plural, arduo y distinto,
del tiempo, que es uno y es de todos.
Soy el que es nadie, el que no fue una espada
en la guerra. Soy eco, olvido, nada.
Jorge Luis Borges
La cierva blanca, de Jorge Luis Borges
de qué lámina persa, de qué región arcana
de las noches y días que nuestro ayer encierra,
vino la cierva blanca que soñé esta mañana?
Duraría un segundo. La vi cruzar el prado
y perderse en el oro de una tarde ilusoria,
leve criatura hecha de un poco de memoria
y de un poco de olvido, cierva de un solo lado.
Los númenes que rigen este curioso mundo
me dejaron soñarte pero no ser tu dueño;
tal vez en un recodo del porvenir profundo
te encontraré de nuevo, cierva blanca de un sueño.
Yo también soy un sueño fugitivo que dura
unos días más que el sueño del prado y la blancura.
Jorge Luis Borges
3 de julio de 2009
De Leopoldo Lugones
La brisa gime tanto, que da pena.
El día es largo y triste. El elemento
duerme el sueño pesado de la arena.
Llueve. La lluvia lánguida trasciende
su olor de flor helada y desabrida.
El día es largo y triste. Uno comprende
que la muerte es así, que la vida es así.
Sigue lloviendo. El día es triste y largo.
En el remoto gris se abisma el ser.
Llueve. Y uno quisiera, sin embargo,
que no acabara nunca de llover.
Leopoldo Lugones
9 de mayo de 2009
Arte de ser madre
Si el Crátilo de poder a los nombres
la madre es arquetipo de la Tierra.
(A mí me dio el apodo de la guerra
y a Chuy el hijo de todos los hombres).
Mamá es una palabra que enaltece;
un símbolo de Dios, blanco y complejo.
El arte de ser madre se parece
un poco a Dios. Mi madre es Su reflejo.
Ver la cocina hecha de historietas
del amor con el que hornean la familia.
Los hijos son, del pan, la mantequilla;
las madres son la harina y la receta.
Después de esa mañana en que te fuiste
dejándome en la escuela, cuando niño,
a forjar mi futuro me forzaste.
Aquélla lágrima ahora es un alivio.
Crear una caricia con un vano
fruto: pelarlo con sus manos dulces.
Moler la mermelada con las mieles
de besos con sabor a chabacano.
Añoras enseñarme lo que enseñas
en tu otro hogar: el aula donde coses
otro amor. Por el arte en que te empeñas
-doble hogar- para mí vales mil veces.
Mi madre no es un ángel: es el cielo.
Su rezo nos protege del espanto.
El arte de ser madre es ese canto
que reza por los ángeles del suelo.
Dicen que María lloró al enterarse
de la madera, pesada y alada.
El arte en ser madre es sacrificarse
en sus hijos en madera sagrada.
(¡Feliz día de las madres mamá: te quiero mucho!)
28 de abril de 2009
Oda a la influenza
en la tele se informa de la muerte
caballeros o jinetes
anunciando un nuevo apocalipsis.
La influenza,
confusa palabra de influyentes
llegó a la Capital.
En la Ciudad de México
el ángel cubre su boca
de la nube sutil que paraliza
los vagos sueños sin fronteras.
Las calles se llenaron de vacío
presagio de la bomba
del oseltamivir
que incide a la cruel neuraminidasa
perla de los cerdos.
Cierre en las mentes por las calles;
cierre de calles
por las mentes que agilizan el recuerdo
de otro jueves de 1985
en que otro temblor cerró la vista
y otras bocas se cubrieron de otro viento.
La calle es un testigo de la prisa
del vago y vigoroso ciudadano
virulento
que estornuda y escupe en ese suelo
que lo vio nacer.
16 de abril de 2009
La historia del dedo medio
franceses, que anticipaban su victoria frente a los ingleses, propusieron
cortarle el dedo del medio a cada uno de los prisioneros de guerra, ya que
sin ese dedo sería imposible disparar los famosos arcos de flechas
británicos y, por lo tanto, dejarían de usar un arma importantísima en
futuras batallas. Estos arcos estaban hechos con la madera del árbol de
tejo. El acto de lanzar flechas era conocido vulgarmente entre los soldados
ingleses como 'halar el tejo', refiriéndose a dicho árbol.
Para sorpresa de los franceses, los ingleses ganaron la batalla y luego
dieron muestras de que conocían sus planes secretos, ya que comenzaron a
mostrarles el dedo del medio en sus narices, mientras decían mofándose de
los prisioneros: 'todavía podemos halar el tejo'. Y fue así como surgió esta
costumbre que luego se extendió por el mundo como muestra de burla, sarcasmo
y desafío.
'The Battle That Made England'. Little Brown & Co., 2006
27 de marzo de 2009
Ciudad de México
22 de marzo de 2009
Esencia del pensamiento latinoamericano, de Carlo Palmese
Resumir o sintetizar el pensamiento latinoamericano es una hermosa tarea digna no sólo de especialistas, sino de toda persona interesada en conocer a profundidad sus raíces. Consciente de la magnitud de este análisis, lo dejaré para iniciativas futuras.
En esta ocasión, me referiré a lo que algunos pensadores han llamado su esencia, y específicamente me referiré a la exposición del maestro de generaciones Leopoldo Zea, en uno de sus libros más importantes “El pensamiento latinoamericano” y especialmente al tema “El latino americano y su conciencia histórica”.
Zea, basado en el sistema dialéctico de comprender la historia como una evolución de Friederich Hegel y en los análisis posteriores de José Ortega y Gasset en su libro “La historia como sistema”, comprende que el latinoamericano se encuentra estancado en su historia.
En este sistema de comprensión de la realidad, la historia es un proceso evolutivo en el que las contradicciones entre los actores en el modo de entender los eventos sociales o los intereses grupales, los llevan a planteamientos más evolucionados, entrando así en un proceso de tesis y antítesis interminable.
Los latinoamericanos a diferencia del resto de los países occidentales (con pocas excepciones, entre las que están España y Rusia) no han entrado de lleno en este proceso.
Mientras que los otros, al pasar por diferentes etapas: Feudalismo, monarquía, republicanismo y democracia (sustentadas en el Renacimiento, liberalismo, positivismo, utilitarismo, humanismo, etc.) han vivido plenamente cada una de ellas y posteriormente la han asimilado, haciéndola parte de sí mismos, viviéndola en su totalidad, de manera que no se desee seguir siendo lo mismo o volver a serlo y nazca de manera natural el deseo o la necesidad de cambiar por algo mejor. Esto es en el decir de Hegel “haciéndola parte integral de su conciencia”.
El latinoamericano al rechazar su propia historia, al repudiar lo que se ha sido, al no aceptar su calidad de indígena, esclavo, mestizo, colonizado y colonizador y pretender ser lo que no es, copiando la manera de ser de otros, tratando de olvidar su pasado y rechazando su esencia, tratando de construir un futuro sin pasado, ha estado anclado en la historia sin entrar en el proceso que le permita evolucionar: Nosotros todavía no aceptamos lo que somos, convivimos sin asimilar, con pensamientos medievales de linaje y aristocracia racial, no mental como la aristocracia platónica.
Aún en nuestro subconsciente colectivo vive el esclavo, somos al mismo tiempo liberales, aunque no estemos dispuestos a aceptar las responsabilidades que esa libertad conlleva, aún vivimos con reminiscencias de las hordas primitivas, buscando, no un líder, sino un caudillo.
Hemos pretendido al mismo tiempo ser republicanos y aún no comprendemos como sociedad lo que eso significa; aún llevamos al aventurero improvisador del íbero en nuestras venas, al ser heroico fugaz dispuesto a grandes hazañas que muestren su grandeza, sin la constancia, el compromiso y el tesón del que nos habla el sociólogo brasileño Sergio Buarque de Holanda en su libro “Raizes do Brasil”.
Según estos pensadores y otros más, el latinoamericano en su conjunto no tiene conciencia histórica, porque sólo la ha memorizado de los libros de historia, no la ha vivido en un proceso natural de aprendizaje que posibilite su síntesis (valoración según Benjamín Bloom, negación según Hegel).
Por supuesto que en Latinoamérica siempre ha existido una elite intelectual de formidables hombres y en nuestra historia contamos con magníficos próceres: Bolívar, Martí, Morazán y tantos otros, pero nuestra colectividad los ve como seres extraños, inalcanzables y distantes. Todavía nos siguen pesando en el subconsciente las teorías de Darwin, la idea de la superioridad racial es para nosotros una pesada cruz y no nos sentimos capaces de igualar o superar el accionar de estos hombres.
Para mejorar el entendimiento de la dialéctica como herramienta de comprensión de la realidad social, creo conveniente que recordemos los diferentes actores sociales y su influencia en el desarrollo, mantenimiento o retroceso social, clasificándolos para el caso por el espíritu de sus ideas:
El conservador cumple la función de proteger los logros alcanzados o el grado de desarrollo actual, defendiéndolo, tanto de los cambios bruscos, los que se presentan de dudosos o inconvenientes resultados, como de la pérdida de lo logrado por medio del regreso a estructuras anteriores.
El revolucionario cumple la función de promover cambios que estima mejorarán la sociedad alcanzando mayores niveles de justicia, bienestar, libertad, etc. Se subdivide en el revolucionario romántico y en el estoico. El primero suele ser guiado por la emoción y puede caer fácilmente en el fanatismo alejándose de la realidad; el segundo tiene mayor influencia de la experiencia y suele promover cambios graduales y experimentales, teniendo mayor posibilidad de alcanzar sus objetivos.
El retrógrado, bastante incomprendido en los últimos siglos, tiene la seguridad de que en el pasado existían estructuras sociales superiores y que para mejorar debemos regresar a ellas. Su pensamiento se fundamenta, consciente o inconscientemente en la experiencia de que las sociedades no siempre han evolucionado, sino que muchas veces han retrocedido, como en el caso de la civilización griega, la caída del imperio romano, la llegada del oscurantismo, etc. Se opone al positivismo que establece que la humanidad ha avanzado en su desarrollo.
En el pensamiento latinoamericano estos actores carecen de suficiente fuerza para movernos, ya que como sucede de manera análoga en las leyes de la física, en las que todo cuerpo necesita una base para impulsarse; en la historia, que es movida por la fuerza de las ideas, se necesita conciencia plena de donde estamos y lo que somos.
Todos estos tipos de pensamientos son influenciados por la filosofía utilitarista y por la ausencia de valores éticos. En estos casos el individuo o las fuerzas sociales pretenden el mejoramiento propio y no de la colectividad.
Es importante también hacer notar que los grupos y los individuos no pueden ubicarse estrictamente en alguna de estas clasificaciones, ya que grupos e individuos son combinaciones de cada una, estereotipar sería caer en error por simplicidad.
La dialéctica, como una simple herramienta, puede usarse para diferentes objetivos como el de promover desarrollo o puede convertirse y se ha convertido en algunos casos en instrumento ideológico. Es de gran utilidad cuando la aplicamos a períodos o sociedades específicas. El enfoque que los pensadores mencionados al inicio de este ensayo le han dado, ha sido el de instrumento de análisis de la realidad aplicada al pensamiento latinoamericano y tiene como objetivo la comprensión del problema como elemento básico para la búsqueda de soluciones.
La emancipación mental, ese proyecto de Andrés Bello, Domingo Sarmiento, Victoriano Lastarria y Francisco Bilbao entre otros, tendríamos que plantearla aceptando como nueva raza lo que somos, sin complejos, sin sentirnos superiores o inferiores al mosaico de culturas que la conformamos o cualquier sociedad del mundo, aceptando lo que somos como posibilidad de lo que podemos ser, entendiendo nuestras diferencias como fortalezas intrínsecas de lo que se es, sintiéndonos orgullosos de lo que somos, no de lo bien que imitamos a otros que consideramos superiores.
Escarbemos en nosotros mismos, en nuestra historia como indígenas, como esclavos, como iberoamericanos, buscando en el fondo de nuestro ser nuestros valores, fortalezas y nuestra identidad y partiendo de esa conciencia planeemos nuestro futuro.